Un monumental error de Oliver Kahn, para muchos aún el mejor guardameta del mundo, permitió al Real Madrid salir airoso tras un pésimo partido en su estadio maldito, el Olímpico de Múnich, donde el Bayern lo tuvo todo para sentenciar pero ahora, tras el 1-1, todo se decidirá en el Bernabéu.

Corría el minuto 82. El Bayern ganaba por 1-0 cuando había merecido mucho más ante un cuadro de Carlos Queiroz que era casi una caricatura. La afición bávara soñaba con un éxito inesperado y llegó el momento clave del partido. Roberto Carlos, campeón del mundo en Yokohama ante Kahn, se decidió a lanzar con su cañón una falta desde unos treinta metros y el balón, tras rozar en la barrera, acaba en la red después de entrar por debajo del meta teutón cuando todo el estadio creía que se había quedado con el esférico.

Esta acción de mala fortuna castigó a Kahn, que apenas había tenido trabajo, y a todo el Bayern, que había dado una lección de trabajo y orgullo ante los hombres de Carlos Queiroz, que deambularon sin saber qué hacer ante el rodillo de casta que había encontrado la justicia con el gol del exjugador del Tenerife y el Deportivo, el holandés Roy Makaay.

El Real Madrid, como en tantas y tantas ocasiones, se complicó la vida por sí solo. No supo jugarle a un rival menor, estuvo sin sentido en el manejo de balón e impreciso hasta rozar lo desastroso. Y concedió tantas opciones como el Bayern quiso y apenas se le vio en el área de Kahn.

Para su fortuna, al campeón germano le falta la confianza necesaria para asestar duros reveses a sus rivales y hasta la suerte, porque en el segundo periodo, en el que el cuadro de Queiroz esbozó una mínima mejoría en el control del juego, Makaay tuvo una clamorosa ocasión para abrir la cuenta, pero, cuando estaba solo, remató de cabeza ligeramente desviado. El Bota de Oro de la campaña 2002-03 no podía consentir más errores en el remate y marcó un gol que recompensó su labor.