Puede parecer injusto, pero es una verdad como un templo: los goleadores son los reyes del fútbol y alrededor de su órbita gravitan estrellas de diferentes calado cósmico, grandes y pequeñas, de forzadas luces mediáticas o de brillo natural. Dirán los entrenadores para no provocar agravios ni envidias en un mundo muy sensible que la victoria es de todos, pero saben muy bien que el triunfo lo encuentra esa raza de jugadores únicos por los que suspiran en secreto. Porteros, defensas, medios y delanteros de acompañamiento los hay a puñados en el mercado, algunos de ellos artistas. No así goleadores, que son como una joya botánica en el césped, un trébol de cuatro hojas que no tiene por qué ser bello, sino afilado, intuitivo, canalla y, sobre todo, inmisericorde en el jardín minado del área.

El Real Zaragoza perdió su primer partido en casa --cae al noveno puesto-- por diferentes asuntos, aunque principalmente porque Villa, su ariete, no estuvo frente al Mallorca. ¿Simple deducción? Sí, así de simple, Por qué entrar, aunque sea justo y necesario, en matices más profundos. Sin él, el conjunto aragonés puso mucho corazón y poco latido, y se perdió en la vulgaridad de recursos para conseguir al menos el empate frente al equipo balear, un grupo de soldados que cavaron una trinchera para defenderse en La Romareda y, casi sin quererlo, de tanta palada que dieron hallaron un pozo de petróleo en el gol de Luis García.

Ya ocurrió en Mestalla, también sin Villa. El Zaragoza, entonces, halló la excusa de la igualada sin goles en un campo difícil. Ayer volvió a quedarse sin marcar, pero, esta vez, con el castigo de una derrota contra el que, antes de empezar, era el último de la Liga. El Mallorca se presentó a la cita como todo el mundo esperaba. Cúper ridiculizó la muralla china con un planteamiento ajustado a las limitaciones de una plantilla incapacitada para lanzarse a aventuras ofensivas. El técnico argentino amasó una doble capa de material humano y esperó la oportunidad, la única ocasión. Esta llegó en un error de Milito, quien midió mal el salto y vio pasar el nuevo balón amarillo por encima de sus rizos. El fallo del central, cuya mezcla de despistes con acciones sublimes le impiden entrar aún en el catálogo de los grandes defensores, provocó un caos posterior que terminó con un disparo letal y definitivo a la media vuelta de Luis García que no pudo detener Luis García.

La grada empezó a susurrar el nombre de Villa como la joven viuda el nombre del marido fallecido en combate. Sobre todo porque el Mallorca, tras adelantarse, se obligó a sí mismo a un sacrificio defensivo que lo hizo asemejarse a una secta radical a punto de inmolarse por su líder. Renunció a todo, incluida la pelota, y dejó el encuentro en manos del desordenado Real Zaragoza.

A Javi Moreno y Cani se encomendó la afición. El valenciano no pudo articular una sola jugada. Desorientado y previsible, lento y autista, estuvo decorando la delantera zaragocista, también rebajado por la ausencia de Villa, cuyo dinamismo le libera de los trabajos forzados y le permite lucir sin tanta responsabilidad encima. El canterano aportó pelea insulsa, carreras tan honradas como vacías y un rosario de balones que iban para pases y se quedaron desinflados por un toque trémulo, impropio de su calidad técnica, similares a los que ofrece el impreciso Ponzio. La gente aplaudió su esfuerzo y al final estuvo a punto de utilizar esas mismas manos para estrangularle si le hubieran dejado. ¿Qué le pasa a Cani? Que no avanza hacia ningún lado investido por un espíritu infantil nada rentable en la jauría competitiva que es este deporte.

MAS JUGADOR Todo lo contrario que Zapater. Más joven, más altivo, más sereno, más jugador... En lo peor del Real Zaragoza, cogió a su equipo y lo zarandeó con personalidad, con criterio, con genio y con sentido muy práctico. Lo movió de aquí para allá, abriendo el campo, algo que no entendía casi ninguno de sus compañeros. Dio perfil de veterano de guerra, pero no halló respuesta en casi nadie. Savio, magullado por Jorge López, y Galletti se añadieron con escasa fortuna a un ataque descafeinado, moribundo casi siempre en el disciplinado rompeolas mallorquín.

Víctor Muñoz también se dejó llevar por la histeria general. Cambió a Zapater en una decisión complicada de comprender (por no decir imposible), hizo debutar a García Granero en el peor momento y sacó a Oscar, quien nunca supo si ponerse junto a Movilla, Cani o Javi Moreno. El lío facilitó el trabajo al escuadrón de Héctor Cúper, que dio otro paso más atrás hasta salirse casi del estadio. El Real Zaragoza se adueñó de todo menos del sentido común, y en la búsqueda del empate como mal menor jamás inquietó a Westerveld pese a que Oscar tuvo en sus botas la igualada en un disparo que dio en las costillas de un defensa balear.

La clientela de La Romareda, que dejó de ser inexpugnable, buscó sin éxito un trébol de cuatro hojas, a Villa por las esquinas del área. Como no estaba, se entregó a Etoo, presente en el palco del estadio para ver a su exequipo. Lo adoró como a un ídolo propio. Claro, es el gran goleador de la Liga.