Ya estaba cansado el masajista que atiende a Peter Sagan en la meta de ir cargado en la mochila con las gafas de ventisca, propias del esquí y no del ciclismo, que al corredor eslovaco le gusta lucir en el podio. Él también es un hombre anuncio, el que más ingresos genera en temas publicitarios. El que toma conciencia de que vive del público, del cariño del aficionado, y el que nunca defrauda, porque si no gana en las etapas del Tour que tiene marcadas, acaba segundo.

Ayer, en Colmar, Sagan con 22 segundos puestos, consiguió su 12ª segunda victoria en la ronda francesa. «He ganado por los compañeros que controlaron la carrera y me hicieron más fácil las subidas. La victoria también es de ellos», pronunció Sagan.

Unas horas antes de que Sagan, Alaphilippe, con su jersey amarillo, y los 174 corredores restantes, surcaran la ruta que unía las tierras de Lorena con las de Alsacia, era el ojeador de la escuadra el que tomaba nota y analizaba si las cuatro subidas que se repartían en la etapa podían ser un obstáculo para el velocista eslovaco, quien puede maravillar por muchas virtudes menos por la de ser un escalador.

Las señales que se recibieron en carrera fueron buenísimas. Sagan no tenía por qué sufrir antes de la subida de hoy a La Planche des Belles Filles. Él podía superar las barreras, al contrario de Viviani o Kristoff, que se descolgaron. Por eso, era necesario repartir el trabajo del equipo, hacerle fácil la etapa a Sagan, a la vez que controlar el ritmo del pelotón para que la escapada de cada día se pudiera contrarrestar de forma fácil.

Y esa fue la causa, el motivo por el que Sagan, con una facilísima victoria al esprint, agradeciera la entrega de su equipo. El ciclismo, a pesar de ser un deporte donde cuentan las hazañas individuales, se disputa con un equipo a la espalda, donde sobresalen las tácticas, donde hay estrategia y donde vale el físico, el poderío y el estado de un ciclista como el tricampeón del mundo.