Emmanuel Macron, situado estratégicamente detrás del podio del Tourmalet, no salía de su asombro con una sonrisa de oreja a oreja. Daba palmadas a Julian Alaphilippe, quien hasta se permitía bromear con el presidente de Francia. Repetía el gesto con Thibaut Pinot y lanzaba un reto, un mensaje en nombre de un país que hace 34 años que no gana el Tour: «Espero que se acabe la maldición y que, por fin, un francés llegue de amarillo a París». El último en hacerlo fue Bernard Hinault, en el ya lejano año 1985.

Sin duda, en la montaña más mágica de los Pirineos y quizá de la historia de la prueba, Alaphilippe dio un paso de gigante para ganar dentro de una semana la carrera de las carreras. El Tour es francés, como nunca lo había sido porque no solo Alaphilippe se engrandece, sino que Pinot demostró que es el escalador más fino de todos cuantos siguen en carrera. Consiguió una enorme victoria en el Tourmalet.

Alaphilippe ganará el Tour, salvo sorpresa monumental, porque a su extraordinario estado de forma une una calidad táctica impresionante. El corredor francés demostrará a los que dijeron y escribieron, con razones fundadas, que había venido a la carrera a ganar etapas, como el año pasado, y a pasear el jersey amarillo hasta que llegasen las etapas de alta montaña, que estaban equivocados, muy equivocados. Rectificar y comenzar a creer en él es de sabios. Si había alguna duda, hay que cambiar el chip definitivamente y comenzar a creer en un corredor que desde la tercera etapa ha demostrado que es el más fuerte.

ENRIC MAS

No tiene equipo en la montaña, solo la ayuda de Enric Mas, quien flojeó en el Tourmalet para dejarse de forma inesperada casi tres minutos. Pero el mallorquín está aquí para aprender, no para ganar, y examinarse, aunque no apruebe, es algo necesario para doctorarse como gran figura. Y ahora, al ciclista español no le queda más remedio que entregarse en cuerpo y alma en favor de Alaphilippe para convertirse no en su gregario, ni mucho menos, sino en su delfín, el que ayuda a un rey en la República Francesa a ganar el Tour para satisfacción de Macron. «Vamos a estar pendientes de vosotros. Sois dos corredores formidables», les dijo el presidente francés a Alaphilippe y a Pinot.

Y si Alaphilippe no tiene equipo, qué le importa. Siempre encuentra gregarios que, aunque no sea su intención, aunque vayan de azules, le hacen la carrera perfecta imponiendo un ritmo, tal como hizo el Movistar no se sabe bien bien para qué, una velocidad que asfixiaba a todos, que hundía a los más débiles, como a su propio corredor, Nairo Quintana. O a Yates, Porte y, sobre todo, a Bardet. Un ritmo que le permitía al jersey amarillo controlar a todos sus enemigos. Gracias al Movistar nadie se pudo mover, ni en el Soulor, el primer puerto del día, ni en la ascensión final al Tourmalet. Y ello era una bendición para Alaphilippe.

FLAQUEA THOMAS

Segundo en el Tourmalet, en el día en el que también flaqueó Thomas, con Bernal subiendo sin atacar y con Kruijswijk sin poder realizar el demarraje definitivo, Alaphilippe supo sobreponerse a los instantes malos, porque los tuvo, porque no es un escalador de escuela, pero supo vigilar, regularse y respirar aliviado, aunque no pudo con Pinot, porque ya tiene a todos sus enemigos a más de dos minutos.

Landa, tristemente noqueado por el empujón que le dio Bardet el lunes pasado, tampoco pudo cerrar el trabajo del Movistar, donde hubo declaraciones cruzadas. «Hemos llevado el mando de la carrera y lo hemos intentado, pero Nairo no estaba bien, cosa que no sabíamos porque no ha dicho nada. No sé qué ha pasado, preguntárselo a él ahora cuando venga», explicó Alejandro Valverde en la meta. «Está claro que no he tenido un buen día. Ahora seguimos adelante con Mikel y Alejandro. Hay que apoyarles», afirmó Quintana.

Fue un día en que el Tour no podía traicionar a Macron, que seguía la etapa en el coche de Christian Prudhomme, el director. El Tour es francés como no lo había sido desde que aparecieron Lemond, Roche, Delgado, Induráin, Riis, Ullrich, Pantani, el innombrable Armstrong, Pereiro, Contador, Sastre, Schleck, Evans, Wiggins, Nibali, Froome y Thomas. Demasiados ganadores sin pasaporte francés. 34 años son muchos años para un país que ama el Tour sobre todas las cosas, que lo convierte en religión y que ya grita hasta la afonía ‘¡allez, Alaphilippe!’.