Todo el mundo se alegró del triunfo de Cristina Espejo en su memorable 3.000 de los Nacionales. Desde que se inició en el atletismo en el colegio Santa Ana de Monzón y después pasó al grupo de Fernando García, Espejo fue una currante del cross y del tartán. Pero el gafe le perseguía de forma insistente a la atleta de 24 años. Espejo cargaba en su pesada mochila con la mala suerte, las enfermedades y las lesiones.

Hace dos años y medio logró el título nacional de campo a través promesa en Calatayud y dio un giro de tuerca a su vida. Se fue a vivir a León y pasó a entrenarse con José Enrique Villatuerta. El año pasado logró sus primeros frutos con la mínima del 1.500 para el Europeo de Berlín. Pero se quedó fuera porque coparon las plazas Pérez, Pereira y Guerrero.

Este invierno iba por el mismo camino. Falló en sus dos primeros intentos de realizar la mínima de asistencia del Europeo del tresmil, la segunda de ellas en Gallur por 31 insignificantes centésimas. Pero el sábado en Antequera llegó el milagro con su memorable oro en el 3.000 lisos. «Es la carrera más bonita y más emotiva de mi vida. Tirar una persona sola de principio a fin en esas marcas dice mucho. Mi entrenador me dijo antes de la carrera que el no ya lo teníamos, pero que podíamos ir a por el sí», dice con el oro en su mano.

Hubo un momento crítico en esa carrera. «En el dosmil iba muy cansada y veía que me quedaban todavía cinco vueltas con Celia pagada a mí. Cada giro que pasaba perdía décimas y hubo un momento que lo veía perdido y los que comentaban la carrera por megafonía no ayudaban mucho y decían que no iba a hacer la mínima. Me quedaban 33 segundos para el último 200 y pensaba que era imposible», explica.

Entonces llegó la ayudita de Celia Antón. «Esperé que me cambiara para aprovecharme de ello. Si no es porque cambió a falta de 150 metros, no hubiera hecho la mínima. No me podía permitir que después de hacer el desgaste en toda la carrera se llevara el mérito. Entonces me dije que había que apretar como fuera. Tengo un último 200 muy bueno», reconoce.

Tras cruzar la línea de meta vio el crono con sus fantásticos 9.02.45. «¡No me lo podía creer! El último mil lo hice en 2.56. Primero me abracé con Villacorta y Celia me dijo que por las agallas que había echado me lo merecía». Dedicó el triunfo a Villacorta. «Ha sido la única persona que ha confiado en mí en todos estos años tan complicados, con tantas dudas y tantas preguntas», dice la corredora del Playas Castellón.