Nadie, absolutamente nadie, podrá decir de los jugadores del Real Zaragoza que alguno de ellos no tuvo una actitud irreprochable, con un derroche físico cerca de sus límites o incluso por encima. Nadie, absolutamente nadie, podrá decir de los jugadores del Real Zaragoza que alguno de ellos tomó el camino de vuelta a los vestuarios sin haber entregado todo su esfuerzo por el colectivo, sin haber dado hasta la última gota de su sudor, sin haber sacrificado toneladas de energía, aunque descontrolada, en pos de un objetivo que otra vez no llegó. Nadie podrá decir de los jugadores del Real Zaragoza que ayer no quisieran ni lo intentaran de cualquiera de las formas imaginables.

El problema, que en Getafe sí fue también lo que fue porque el equipo no se desgastó ni como ante el Granada ni como frente al Valencia, por establecer dos comparaciones, es otro de una entidad superior. Eso es lo malo. Es que con un esfuerzo, con un ahínco, con una actitud, con una agresividad, con una intensidad, con una dedicación, con un trabajo máximos, que es el caso de ayer, al Zaragoza no le alcanza para más. Y eso significa que no le da para derrotar al Granada, un rival directo, que deja ir otra jornada y que son ya diez los partidos sin ganar consecutivamente. Uno detrás de otro. Dinámica horrorosa.

Al final, Jiménez se excusó en la ausencia de Apoño, pieza capital, pero que ha estado en tantas derrotas y, por supuesto, en las del 2013. La verdad es que el técnico fue valiente y organizó una alineación y un esquema ofensivos y de consenso. Los jugadores se partieron el pecho por él. Pero no sirvió. Porque aunque nos empeñemos, no todo es disposición ni esfuerzo. Luego hace falta clase, talento, precisión, capacidad combinativa y de resolución. Y en esto el Zaragoza anda cada día más canino. O se le pone remedio o miedo da.