Estamos asistiendo en los últimos meses y semanas a una constante y positiva actualización de las expectativas de crecimiento de la economía española. Hace unos días, por ejemplo, la Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas) incrementó de nuevo sus previsiones sobre el PIB de España hasta el 1,2% para el año 2014. Otros organismos internacionales como el FMI, e incluso el propio gobierno español, también vienen manteniendo que en el presente ejercicio España logrará crecer a un ritmo de "casi el 1%". Pero resulta desconcertante que los cimientos a los que se señala para sustentar la recuperación continúen siendo el turismo y el sector exportador.

Hay que recordar que en 2013, año en el que tanto la recepción de turistas internacionales como las ventas al sector exterior alcanzaron sendas cifras de récord, el PIB español se contrajo un 1,2% y acabaron destruyéndose cerca de 200.000 puestos de trabajo en el territorio nacional. En Aragón, el deterioro relativo de su mercado laboral fue superior al de cualquier otra comunidad (en términos absolutos hubo 32.400 ocupados menos), no siendo menos cierto el hecho de que el valor de sus exportaciones descendió por segundo año.

Pero tampoco es la evolución del IPC el indicador que puede fundamentar la hipótesis del fin de la recesión difundida desde distintos estamentos del sector institucional. La tendencia que recientemente viene mostrando esta variable hacia la deflación (contracción de los precios) impide contemplar un escenario de reactivación de la demanda y la producción nacional. Más al contrario, aporta muestras inequívocas de una menguante remuneración salarial, causa generadora del inapropiado nivel de precios y consumo actual.

De ahí que la reciente normalización mediática de la post-recesión, con tasas de paro previstas por encima del 25% en 2014, así como del 20% en 2015 y en adelante, no sea hoy nada más que la exasperante prolongación de una crisis cuya solución ha sido siempre extremadamente difícil de abordar.