«La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa». Esta frase del escritor y diplomático mexicano, Marco Aurelio Almazán, representa fielmente el espejo al que se mira España en esta desconcertante primavera del 2019. Los tres primeros días de la campaña electoral a las generales han certificado lo que ya muchos intuían: el voto emocional tendrá más peso que nunca y los verdaderos problemas que acechan a la sociedad quedarán en un segundo plano.

Las sucesivas encuestas publicadas durante las últimas semanas ya advierten del altísimo nivel de indecisos, que ronda a estas alturas el 40%. Y eso, claro, es carne de cañón para el disparate.

Todo por un voto, esa es la consigna, lo que irremediablemente alienta las más insólitas ocurrencias. Los equipos de campaña y los gurús del marketing electoral se han puesto manos a la obra para que la papeleta que usted introducirá en la urna lleve las siglas del partido para el que trabajan.

Las consecuencias no se han hecho esperar. En las últimas semanas el ruido ha multiplicado sus decibelios, los mensajes corren como la pólvora por los medios de comunicación y por las redes sociales y la confrontación política avanza a medida que se acerca el 28 de abril, fecha en la que los ciudadanos están llamados a las urnas. Lo podrán comprobar cada día, a cada hora.

Puro escaparate

Pero en medio de toda esta vorágine, ¿alguien sabe qué piensa cada partido de los aspectos capitales por los que, supuestamente, les vamos a otorgar nuestra confianza? ¿Qué va a ocurrir con el sistema de pensiones? ¿Cuáles son los mecanismos que pondrá en marcha la formación que llegue al poder para reducir la precariedad del mercado laboral?

Y aún hay mas. ¿Cómo se va a hacer frente al incremento de dependientes que se prevé en España en los próximos años? ¿De qué forma se van a financiar los ayuntamientos y las administraciones? ¿Cómo se van a redistribuir los impuestos a lo largo y ancho del territorio para mantener una sanidad de primer nivel? ¿Cuál es el modelo educativo sobre el que pivotará el futuro de las próximas generaciones? ¿Qué pasos se van a dar para afrontar el nuevo modelo medioambiental y la nueva revolución industrial?

El caso es que, en realidad, esto no importa ya tanto como que el líder político de turno salga favorecido en las portadas del Marca, o que el lado más humano de Casado, Abascal o Rivera se vea potenciado en una charla con Bertín Osborne, cuales monjas clarisas, mientras se toman unas copas de vino en una cocina de esas que se pueden ver en cualquier hogar medio de España, ¿verdad?

La receta está clara, mensajes de impacto directo y nula reflexión, como la campaña de Falcon Viajes (¡Qué chispa, oigan!), lemas como «los tres temores» (¡Guau!) o mensajes del tipo: «atacar a los toros es como atacar España». En fin, ese es el nivel.

Hablar de Cataluña

Y eso, sin entrar a hablar de Cataluña, que se ha revelado como otro de los espejos de la nueva política hueca, de esa que apela al sentimiento sin tener una hoja de ruta definida.

La comunidad más rica de España está en estos momentos huérfana de todo proyecto para sus ciudadanos porque se ha vendido humo a diestro y siniestro. Y sigue en un laberinto sin salida aparente porque no se habla de lo que de verdad mejora la vida del conjunto de la sociedad. Hacia allí nos dirigimos.

Parece evidente que en estas elecciones el candidato sigue teniendo un peso más que decisivo. Mientras, el programa político ha pasado a mejor vida. Y la estrategia, pues juzguen ustedes mismos.

En definitiva, todo se reduce a matar o morir, cuando en realidad la única solución que tiene este país es la de sentar las bases para poner en marcha una política inclusiva, de colaboración, de cesión y un consenso de mínimos entre los partidos llamados a liderar esta segunda transición.

Todo lo demás será volver de nuevo a la casilla de salida. Hasta entonces, disfruten de la campaña, si es que tienen tiempo y paciencia para ello.