Miré fijamente mi taza de café, absorto, como si hubiese algo único en ella, pero no era así, era la misma taza de todos los días rellena del mismo tipo de café y hecha en la misma cafetera; emití un leve suspiro y tomé un sorbo de la taza. El sabor no había cambiado, era el mismo de todos los días, pensé para mis adentros; cómo podía haberse quedado mi vida tan estancada, tan monótona, sin ningún giro en la «trama» que aportase algo de emoción. ¿Que había sido de esos días en los que nada perturbaba mi bienestar emocional y en los que no conocía el significado de la palabra depresión? ¿Será porque ya he regresado de mi odisea llena de aventuras y emoción y ya no me queda nada que me apasione en mi hogar?

No sé por qué será, pero lo que sí que sé es que se me enfría el café, aunque qué más me da si no tengo nada especial aguardándome al final de mi bebida vespertina, únicamente otro día sumido en la rutina.