Fue Truman Capote quien le puso el apodo de El duque por su displicencia aristocrática. Para muchos es un mito, para otros, simplemente, el mejor actor del siglo XX. Marlon Brando, el eterno rebelde de talento prodigioso que transformó la actuación para siempre, falleció hoy hace exactamente una década a causa de una fibrosis pulmonar.

Solitario y celoso de su intimidad hasta extremos insospechados, a su funeral asistieron íntimos amigos como Jack Nicholson, Warren Beatty o Sean Penn, y sus cenizas fueron esparcidas entre las idílicas aguas de Tahití --donde poseía el atolón de Tetiaroa, del que se enamoró rodando Rebelión a bordo (1962)-- y las dunas de Death Valley en California.

La última vez que Brando abandonó su hogar fue para visitar el rancho de Neverland, donde disfrutaba de la amistad de Michael Jackson. Para entonces su oronda y deteriorada figura --había engordado 40 kilos-- requería de un tanque de oxígeno y obligaba a su débil corazón a pender de un hilo.

Sus últimas actuaciones apenas dejaban entrever a aquel doble ganador del Óscar (La ley del silencio, 1954, y El padrino, 1972) que hizo del método su forma de vida y que protagonizó obras para el recuerdo como Un tranvía llamado deseo (1951), Viva Zapata! (1952), Julio César (1953), Sayonara (1957), Último tango en Paris (1972) y Una árida estación blanca (1989).

Hablar de Brando es hablar de un antes y un después en la historia del cine. Todas las estrellas posteriores bebieron de él, de James Dean a Paul Newman, de Robert De Niro a Sean Penn, de Al Pacino a Gene Hackman. Su legado es tal que no hay un solo intérprete que no tome a Brando como referente. El cine, con él, abrazó el riesgo. La inmersión en la psicología del personaje hasta el sufrimiento, abandonando técnicas más tradicionales y convirtiéndose en paradigma del método Stanislavski, donde se inculcaba la exploración de los sentimientos propios para ofrecer una interpretación lo más real posible. Tanto que Marlon Brando no actuaba, sino que era.

Brando nunca quiso la fama. Aborrecía la popularidad y todo lo relacionado con los medios de comunicación, una situación que se hizo inaguantable cuando tuvo que lidiar con el escándalo como el ingreso en prisión de su hijo Christian por asesinar al novio de su hermanastra Cheyenne, o el suicidio de ésta años después. El juicio de su hijo le dejó en una situación económica muy precaria, ya que también debía hacerse cargo de los tres hijos que tuvo con su asistenta Christina Ruiz. Brando tuvo seis hijos más de mujeres no identificadas, y otros siete reconocidos.

El genio dedicó parte de sus esfuerzos fuera de la gran pantalla a ayudar a minorías, especialmente a los indios americanos. Su episodio más conocido fue el rechazo del Óscar por El padrino y enviase a recogerlo a una activista descendiente de indios americanos, Sacheen Littlefeather, que pronunció, entre aplausos y abucheos del público, un discurso de Brando crítico con la industria por su manera de reflejar en el cine a esa población.