TITULO Entrevistas

AUTOR Enrique Larroy

LUGAR Sala CAI Luzán

FECHA Hasta el 3 de marzo; laborables, de 19.00 a 21.00 horas

Larroy (Zaragoza, 1954) impone distancias. Con el tiempo, su pintura se nos aparece más concentrada en su propio acontecer; fija en su discurrir por un territorio incógnito, en el anhelo de representar el abandono infinito de la horizontalidad que según Jung había conseguido Tanguy como ningún otro artista.

El enigmático e irreal horizonte de los paisajes surrealistas, de luz lívida como submarina, ha escrito Bonet, suscita la atracción y el afán explorador de Larroy. No otra ha de ser la actitud de quien contempla sus cuadros. Herméticos, como corresponde a las visiones de un mundo interior. Sin embargo, Larroy decide titular Entrevistas a la secuencia que, como una pantalla inestable de color, recorre perimetralmente el espacio de la sala Luzán.

Un término que lo mismo atiende a la elocuencia de la pintura para expresar emociones sensoriales, hasta cierto punto independientes de proyecciones sentimentales del autor, como da cuenta de la dificultad de entrever algo más allá de los horizontes que descubrimos detrás de la superposición que aparecen suspendidas en los primeros planos.

El espacio de la pintura se ha hecho más diluido, las formas geométricas otrora amarradas en sólidas estructuras arquitectónicas van soltándose y cediendo en la precisión de sus límites para flotar ahora en una atmósfera transparente y líquida. Pareciera como si una extraña fuerza hubiera arrastrado la poderosa arquitectura que ocupaba el primer plano del cuadro, dejando sus huellas y descubriendo nuevas capas más profundas, que hasta ahora nos habían permanecido ocultas, aunque estuvieran allí.

Larroy como Tanguy no necesita mapas. El mismo cuenta el proceso de trabajo: empieza a pintar sin bocetos, con la tela en blanco, y busca el espejismo en la lejanía. Primero pinta la parte más cercana y después penetra en las capas interiores del cuadro hasta llegar al horizonte. Ahora lo pinta. Y ahí está la cuestión, en la sensación de vértigo tan complicada de explicar.

Alejandro Ratia en su texto del catálogo, acude a Wölfin para reseñar que toda obra de arte es una estructura, un organismo que es como es, sin posibilidad de variar nada. Larroy profundiza en esa estructura repetidamente, quizá para llegar allí donde todo quede resuelto. Mientras tanto, no teme sumergirse en la naturaleza subvirtiendo con empeño el orden de las representaciones convencionales de las formas geométricas de la naturaleza que para los surrealistas sólo eran seductoras en función de su poder de ofuscación. Enrique Larroy nos propone un itinerario complejo, con entradas que atraen como deslumbrantes espejismos de luz y color y diferente naturaleza física, en una suerte de laberinto con dos salidas: huir o adentrarse en el horizonte.