No hubo actor más importante en el Nuevo Cine Alemán que Bruno Ganz. Sus trabajos en El amigo americano (1977) de Wim Wenders, La mujer zurda (1978) de Peter Handke, El cuchillo en la cabeza (1979) de Reinhard Hauf y Nosferatu (1979) de Werner Herzog, así lo atestiguan. El actor suizo fallecido ayer a los 77 años en su ciudad natal, Zúrich, pasará sin duda a la posteridad por haber encarnado a Adolf Hitler en El hundimiento (2004), película centrada en los últimos días del dictador nazi en su búnker berlinés.

Pero nada es equiparable a sus composiciones en aquel cine alemán renovado que se convirtió en la gran esperanza de las cinematografías europeas en los años 70.

Ya antes de trabajar con Wenders y Herzog, Ganz había sido elegido por Éric Rohmer para protagonizar La marquesa de O (1976). El filme adaptaba la novela de Heinrich von Kleist. Ese estilo, el del romanticismo alemán, aletargado y ambiguo, marcaría en cierta forma sus formas interpretativas: el restaurador de cuadros enfermo de leucemia que acepta realizar unos asesinatos para poder costear el futuro de su familia en El amigo americano; el hombre que sufre heridas de gravedad en el cerebro durante un altercado entre policías y terroristas en El cuchillo en la cabeza y, sobre todo, la figura doliente de Jonathan Harker, mordido por el vampiro Nosferatu en el filme homónimo de Herzog.

Antihéroe turbado

En este y en el de Rohmer, Ganz dio la medida de sus posibilidades como antihéroe turbado. La composiciones casi hieráticas de personajes desarraigados o superados por las circunstancias serían habituales. Por ejemplo en el la película de Alain Tanner En la ciudad blanca (1983), en la que interpretó a un marinero suizo que deserta de su embarcación y se dedica a vagar por Lisboa, la ciudad convertida en esos años en el faro de la modernidad cinematográfica europea. En su segunda colaboración con Wenders, Cielo sobre Berlín (1987), Ganz interpretó a un ángel cansado que se mueve por encima del muro que divide a la ciudad en dos y solo puede ser visto por los niños o la gente de corazón puro. Metáfora de la Alemania dividida, de la Europa que quería reactivarse.

Convertido en el rostro del renacido cine alemán, a pesar de ser suizo, Gans empezó a trabajar en todas las cinematografías: La verdadera historia de la dama de las camelias (1981) del italiano Mauro Bolognini, Rece do góry (1981) del polaco Jerzy Skolimowski, El río de oro (1986) del español Jaime Chávarri o La eternidad y un día (1998) del griego Theo Angelopopulos. El cine de autor europeo estaba en deuda con él desde los tiempos en que El amigo americano fue un éxito comercial y artístico sin parangón.

Después llegó su interpretación de Adolf Hitler cuando Ganz se había convertido en un rostro recurrente en coproducciones europeas y series televisivas. Fue un renacimiento, o el renovado espaldarazo que quizá no necesitaba. Le siguieron El hombre sin piedad (2007), con Francis Ford Coppola; El consejero (2013), de Ridley Scott. Y tiene tres filmes sin estrenar, su legado.