Ir de tapas por la ciudad en compañía de su mujer y su hija. Así es como quiso disfrutar José Angel Rodicio de su última cena antes de comenzar la huelga de hambre que inició ayer en su local La Campana de los Perdidos. Entre tapa y tapa, su hija le decía:"papá, tienes que comer mucho porque a partir de mañana ya no podrás".

Vestido con unos vaqueros y un polo azul oscuro, Rodicio se instaló ayer en su bar a partir de las doce del mediodía para pasar los días que sean necesarios sin ingerir alimento alguno. Agua los tres o cuatro primeros días, y suero con azúcar después, serán las únicas sustancias que entren en contacto con su organismo.

"Sé que corro peligro pero prefiero arriesgar mi vida que la de mi mujer y mi hija" afirmó ayer José Angel Rodicio ante los medios de comunicación que acudieron a su local. "Es la única solución que nos queda, ya no sé que más hacer para que los políticos me den una solución clara y definitiva", concluyó.

En cuestión de dos semanas este hombre de 46 años ha decidido arriesgar su vida con tal de conseguir un objetivo: poder poner música en su bar y continuar con los conciertos y actuaciones tan característicos de esta sala. "Nadie supo nada hasta este lunes. Es una decisión muy meditada", explicó.

El principal responsable de La Campana de los Perdidos, José Angel Rodicio, pasó la primera jornada de su huelga de hambre como si de un día normal se tratara. Tuvo como desayuno lo mismo que todas las mañanas: un café y un pequeño bocadillo y, además, estuvo en el bar atendiendo a los clientes. Y es que, a pesar de esta situación tan delicada, el local continuará abierto hasta el próximo domingo siguiendo con el programa de actividades organizadas hasta entonces.

Un médico, amigo de la familia, vigilará periódicamente la evolución física de Rodicio. En la mañana mañana de ayer, la báscula marcó 96 kilos. Dentro de una semana, el cuerpo de este hombre de 1.86 centímetros de altura ya no será el mismo.