‘PISTAS FORESTALES’

Christian Peribáñez

Anorak Ediciones

Sinceridad ante todo. Tengo treinta y siete años y algunas grietas en casa / Un corazón tan a la vista que desdobla sus latidos, / que con el paso del tiempo se vuelve jasco. (...) Me duele que solo me recuerdes en la adversidad. / O cuando no sabes muy bien qué hacer con tu basura. Christian Peribáñez recorre las Pistas forestales de su nuevo poemario con la inseguridad que le produce el vértigo de cumplir años sin tener claro su lugar de llegada pero, al mismo tiempo, con la seguridad y el aplomo que le da dominar el lenguaje para plasmar un recorrido repleto de sudor y la sangre del dolor que produce el bosque frondoso de la vida.

Peribáñez, que publica ahora su cuarto poemario después de Ser de sangre (1999), Cuando éramos reptil (2010) y Atlas, primera vértebra (2014), acomete ahora la tarea de sacudir la rutina a lo largo de 50 poemas desnudos, en los que no se guarda nada (que se pueda relatar, obviamente) y en los que no tiene ningún miedo ni pudor a contar su existencia. Tengo un miedo atroz a que esta vez las cosas salgan bien. / No sé a qué podré agarrarme cuando lo consiga / y no cambie nada.

Y es ahí, en ese caminar, en el que el lector se descubre de repente acompañado por la soledad del poeta, que no duda en golpear una y otra vez los puños y la fuerza de su cerebro contra los recuerdos o las experiencias personales porque si en algo se puede decir que destaca este libro es en el desgarro. Ese que solo se puede sentir desde la rutina de seguir una pista forestal bien indicada pero sin rumbo fijo. Solo así Peribáñez ha podido plasmar en estas 73 páginas (que por cierto inauguran la colección de Anorak, Amo los lunes) ese desasosiego de crecer y descubrir que no todo está definido y, lo que es más significativo, que todo es profundamente incierto.

Yo solo quería coger tu aliento prestado, / que me sacaras a bailar, / averiguar si te asustarían más mis pequeños espasmos / o mi silencio (...) Ténebre marea, / nos decimos que no es amor, no es la edad, / volvemos al hotel porque no perdonamos la siesta / y todos siguen con sus vidas desde la primera arruga. O lo que es lo mismo, la búsqueda de un lugar en relación con tu presencia en el mundo tanto por ti como por los otros.

Así, el escritor y periodista se permite la licencia de recordar a su yaya Ina con la mesura que le da la distancia de la pérdida y, sobre todo, la cercanía de, por momentos sí, querer transitar un camino buscando una meta final. ¿Es la poesía el camino para alcanzarla o, al menos para intentar definirla».

Quizá Pistas forestales no sea más que una manera de reclamar un lugar en el mundo o de gritar con la sangre de las palabras que, al fin y al cabo, estar no es otra cosa que abrirse paso en un frondoso bosque y si hay un camino marcado, una pista forestal, todo es mucho más sencillo. Porque, al fin y al cabo, Christian Peribáñez se muestra así de directo: Nadie puede ver su luz, ni aun si me quema por dentro, / soy diferente, ¿verdad? / Distinto a alguien que no soy yo.