La pandemia ha ralentizado el modus operandi de muchos artistas, paralizándolo incluso, mientras que ha espoleado a otros a ser más creativos y resueltos, y a publicar más material del que tocaba: ahí están los dobletes discográficos de Bad Bunny y Taylor Swift, y ahora, el de Bunbury, que entrega este 'Curso de levitación intensivo' solo seis meses después de su anterior obra, 'Posible'. Álbum surgido de las sombras del confinamiento, con vistas a un mundo posapocalíptico, del que se alzan canciones esbeltas, hechas de rock musculoso y electrónica.

Bunbury había hablado de 'Posible' como de la culminación de una trilogía (tras 'Palosanto', 2013, y 'Expectativas', 2017) encaminada a desarrollar un sonido contemporáneo alejado de las categorías estilísticas de etapas anteriores, ya fueran los impulsos fronterizos o el cabaret latino. Ahora, este 'curso' bien puede considerarse una extensión de ese ciclo de álbumes, o quizá una obra bisagra. La perspectiva del tiempo lo dirá. Respecto a 'Posible', la foto se ha movido muy sutilmente: hay un rearme de las tramas frías de sintetizador filo-industriales, si bien la complexión de las canciones es más física, con el bajo y la batería bombeando con fuerza. Los saxos han llegado para quedarse, con la entrada en escena del trío británico The Comet is Coming, trazando incluso insinuaciones jazzísticas.

El cambio es más notorio en materia de textos, donde persiste la oscuridad de 'Posible', pero no tanto en torno a cavilaciones íntimas, sino mirando al paisaje covid-19 y más allá. Las canciones fueron compuestas en su mayor parte en tiempo pandémico, y los títulos hablan por sí solos: 'N.O.M.', apuntando al «nuevo orden mundial», que «sabe lo que hace», apuntalándose en un medio tiempo de invasivo rock cibernético; 'El día de mañana', sobre la gestión del miedo, envuelta en una intranquila nebulosa sónica, o 'Tsunami', donde un Bunbury enfurecido habla en nombre de un poder superior que nos aliena («el tiempo pasa y cada vez / agachas más la cabeza»). Más airadas son, si cabe, 'Malditos charlatanes' y 'La gran estafa', constatación de la soledad en medio del caos, coronada por un frugal saxo de tonos siniestros, en una sintonía cercana al Bowie de 'Blackstar'.

En ese paisaje enrarecido manda pese a todo una idea de belleza que Bunbury hace avanzar entre las ruinas y el pánico, y que estalla con nitidez en 'El precio que hay que pagar', el tema elegido (a posteriori) como single.

Disco surgido de lo imprevisto, turbio y hermoso, airea demonios y presentimientos que ya podían leerse entre líneas en sus últimos trabajos, y puede cotizar entre las obras álgidas del aragonés, proponiendo no tanto una inmersión en los infiernos como una mirada despierta al día después.