INTERPRETES: Orquesta de Cadaqués, Gianandrea Noseda (director), Michel Camilo (piano)

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Jueves, 14 de octubre

El concierto de ayer de la temporada clásica del Pilar rompía con los moldes habituales para embarcarse en el terreno de las fusiones (la moda de la última década), con un énfasis muy marcado en el jazz latino. La sesión acabó siendo un recital de jazz, con un cierto preludio clásico que, ni venía mucho a cuento, ni me dio la impresión que convenciera a un público que acudía mayoritariamente a escuchar al pianista dominicano Michel Camilo.

El siempre interesante Gianandrea Noseda (uno de los directores más impetuosos, originales y valiosos de su generación) se ponía al frente de la Orquesta de Cadaqués al comenzar la noche. De sus atriles salió la música de la ópera Goyescas de Granados (basada en una obra homónima para piano del mismo autor), en una suite organizada por el catalán Albert Guinovart, que respetaba perfectamente el casticismo refinado del original y concluía de forma espectacular con esa delicia que es El Pelele . Estos veinte minutos de música constituían la parte clásica del concierto. La salida de Michel Camilo a escena y la encendida ovación que recibió aclaraba perfectamente qué tipo de público había en sala, abundante en número, por cierto, aunque no llenara la Mozart.

Una Suite para piano, cuerdas y arpa del dominicano nos acercaba a un intento de triple fusión: la de lo latino (lo caribeño y muchas cosas más) con el jazz, típica de Camilo, y la de los anteriores con lo clásico. A lo largo del siglo veinte, muchos han intentado casar el jazz, la música ligera y la seria, con resultados desiguales. La propuesta de Michel Camilo, guste o no a sus incondicionales, tiene muy poco de original a pesar de su indudable atractivo: Gershwin y Bernstein han transitado esos caminos, pero también Ravel (los paralelismos entre el tercer movimiento de la Suite y el tiempo lento del Concierto en sol son notables), el chispeante Malcolm Arnold o el casi gamberro Carter Pann.

La segunda parte del recital dejaba sólo en escena a Michel Camilo desarrollando su estilo habitual: ritmo vivo y brillante, con agresivos acordes placados que saben a Caribe como pocos; melodías fluidas siguiendo patrones fijos; un casi bizantino horror al vacío y un excelente sentido de la ornamentación. Todo ello, aderezado por un pianismo de jazz de muy buena categoría (para el que le guste, que no es mi caso), fulgurante de efectos de todo tipo, con destelleantes octavas y arabescos sin fin.