La ermita de Santa María, situada entre Chalamera y Alcolea de Cinca, en la provincia de Huesca, es una hermosa construcción románica que fue priorato o antiguo establecimiento monástico. Santa María está muy cerca de la confluencia de los ríos Cinca y Alcanadre, cruce fluvial que el viernes nos recordó al 'crossroad' en el que la leyenda cuenta que Robert Johnson pacto con el diablo para poseer la magia del blues. Y es que a la vera de la ermita, sin acuerdo con el demonio pero con la sincera complicidad del público, Joaquín Pardinilla y Ernesto Cossío (Hot Hands, o sea), traficantes de emociones, hombres-medicina, vagamundos del blues que recorren polvorientos caminos y luminosas ciudades con su cargamento de negritud, dieron un concierto vibrante, hermoso y sanador.

Sí, sabemos que el blues canta al desarraigo y a la pérdida, a la miseria, a la opresión y al sufrimiento, pero también a la esperanza, al amor, a la libertad, al viaje, y a la espiritualidad. A la ciénaga y al mar abierto. Pardinilla (guitarras con 'slide') y Cossío (guitarra y voz) son la Wikipedia del blues. Su repertorio, que traza una sinuosa línea desde los orígenes del estilo hasta el siglo XX, es un libro vivo en el que está escrita la Historia de lo que John Lennon llamó «la primera silla». Una Historia que no solo construye un relato en el tiempo; también hace actuales sus contenidos y los relaciona con otras referencias sonoras.

Pasa con el blues como con la música antigua: su vejez es el mejor síntoma de modernidad. Guitarras y voz transforman el pasado en presente y, como diría Cossío, «instruyen deleitando». 'Glory Hallelujah', de Mississipi Fred McDowell, un canto muy apropiado para el espacio en el que estábamos, abrió la tarde. Siguieron las plegarias con 'With My Maker', de Eric Bibb; un tributo al circo, acentuando el pulso de cabaret de la pieza original, llegó con 'Table Tob Joe', de Tom Waits, y el recuerdo a Etta James lo puso 'How Deep Is The Ocean', una composición de Irving Berlin a la que Hot Hands dio reflejos de gypsy jazz. El origen de todo, África, mostró su vitalidad en 'The Soul Of A Man', canción de Blind Willie Johnson que bien podría haber sido compuesta por Ali Farka Touré. 'Train Song', de Waits, dio paso a 'You Was Born To Die', implacable sentencia escrita por Bind Willy McTell, y el góspel participativo se hizo carne y habitó entre los espectadores con 'Jesus On My Mainline', pieza que recogió el etnomusicólogo Alan Lomax en sus trabajos de campo en 1959.

No podía faltar Robert Johnson y su demonio con una invitación: 'Come On In My Kitchen' («será mejor que vengas a mi cocina porque va a estar lloviendo fuera»), y un meneo de creación propia (blumbia), mixtura de blues y cumbia: surgió a partir de 'Folsom Prison Blues', de Johnny Cash, y concluyó con 'Se va el caimán'. Como nadie quería irse a casa, Pardinilla y Cossío hicieron el obligado bis y recordaron con Tom Waits que al día siguiente era sábado, incluso con pandemia: ('Looking For') 'The Heart Of Saturday Night'. Y nos fuimos, felices, por la ribera del bajo Cinca como si recorriésemos el Mississipi.

Y en la partida, conocedor de la gravedad de su estado, pero antes de saber que agonizaba, no puede evitar recordar a Joaquín Carbonell y el estribillo de una canción combativa que escribió a mediados de los años 70: «En Chalamera, con Chalamera ya es hora de gritar / En Chalamera, con Chalamera no queremos central». La central nuclear no se construyó por las muchas protestas populares que hubo y que fueron animadas por ese estribillo. Por eso el viernes pudimos escuchar a Hot Hands en Chalamera sin temor a que la fusión de un núcleo nos volara el culo. Gracias, Chalamera; gracias, Joaquín, buen viaje.