Título: ‘El ocaso de los dioses’

Autor: Èlemir Bourges

Editorial: De Fausta

Traducción: Susana Prieto Mori

Una de las novelas más extrañas y extraordinarias que he leído en las últimas semanas es El ocaso de los dioses de Èlemir Bourges, editada por el sello De Fausta. Extraña, porque su universo obedece a leyes propias y ajenas al común de las narraciones. Extraordinaria, porque, además de no parecerse a ninguna otra, su artefacto novelesco, perfectamente legible y visible, sigue siendo asimismo novedoso desde que se publicara originalmente en el París de 1884.

Élemir Bourges había nacido en Manoque (Bajos Alpes) en 1852. Muy joven se trasladó a la capital francesa para probar suerte con las letras, como periodista y escritor. Escribiría varias novelas, que destruía antes de publicarlas. En 1877 comenzaría la escritura de El ocaso de los dioses, que vería la luz siete años despues, los que el autor tardó en corregirla. El mundo literario la saludó como una novela revolucionaria, pero entre el público de la época no cuajó.

Tras la muerte de Bourges, en 1925, su nombre se sumió en el olvido. Tan solo un pequeño círculo de irreductibles mantuvo viva su llama, conservando su memoria hasta la actualidad, cuando acaba de dar el salto al castellano de manos de la editorial De Fausta y de una traducción verdaderamente notable de Susana Prieto Mori.

El ocaso de los dioses nos invita a sumergirnos en el seno de una familia aristocrática, real, encabezada por Charles d’Este, soberano de un pequeño estado alemán que, debido a la presión de una Prusia en expansión, se verá obligado a exiliarse y a emprender una vida errante por distintos escenarios europeos.

La formidable figura del patriacral y depuesto príncipe, un Charles d’Este que el lector no olvidará fácilmente, tendrá la réplica en su ambulante corte de seres no menos excéntricos que él. Hijos, amantes, secretarios, médicos, criadas, un elenco de familiares y servidores acompañará al majestuoso Charles en su viaje al fondo de la tristeza (por el reino perdido) y la depravación (en busca de los reinos del placer). El príncipe conservará durante algún tiempo la categoría de ese gran señor que había fraternizado con Richard Wagner y otros grandes hombres del arte y la política centroeuropea de la segunda mitad del siglo XIX, pero poco a poco el gusano de la perversión, la degeneración de su corte, los excesos de sus hijos, la promiscuidad de sus amantes, la infidelidad de sus secretarios y siervos le irá sumiendo en un pantano de abandonadas y viciosas costumbres, hasta que los negros velos de la muerte oscurezcan su cama con dosel, sus sábanas de seda.

Novela fastuosa, de un lenguaje preciosista y selecto que deslumbraría a Gide, y que ha quedado conservado en la maravilloda traducción de Susana Prieto Mori, se lee con soltura debido a la diversidad de sus personajes, a su constante sentido del humor y al esperpéntico aire de muchas de sus escenas, en las cuales sus protagonistas luchan por conservar su estirpe en un momento histórico tendente a reducirlos a caricaturas de una aristocracia en disolución.