El funeral por el eterno descanso de Montserrat Caballé se hizo como ella quería: abierto a la gente de su ciudad. El lugar escogido no fue su Liceo, sino la catedral de Barcelona; las entradas se tenían que pedir por internet, agotándose en solo unas horas. Poco más de 450 fueron los afortunados, ya que el limitado aforo del templo debía albergar además a más de 200 intérpretes. Admiradores y amigos acompañaron ayer a la familia de la legendaria cantante que organizó la ceremonia contando con el generoso apoyo del Liceo -que movilizó desde sus músicos hasta la archivera-, del arzobispado y de Televisión Española, que retransmitió en directo un acto en el cual la música se tornó en protagonista, ya que se interpretó el Réquiem de Verdi, una espectacular misa cantada que Montserrat Caballé había elevado a cotas insuperables en sus interpretaciones de leyenda.

MUCHA MÚSICA / Pero hubo más música, ya que la entrada del cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, estuvo acompañada por música de Barber. Su intervención no llegó a los 15 minutos, un responso certero en medio de un clima de profunda emoción; la música, sin embargo, consiguió el milagro que Caballé siempre persiguió, abrir el espíritu del público y ya desde los primeros compases, tanto de Barber como de Verdi, la emoción reinó en el templo. Las palabras de Omella -en castellano y catalán- definieron a la cantante como «embajadora de nuestra tierra, una mujer prudente y amable, conciliadora, y siempre con una gran sonrisa. De familia humilde, con esfuerzo y perseverancia llegó a la cúspide de la fama y de su arte. Su canto nos llenó el corazón de belleza», discurso en el que estuvieron presentes incluso los famosos pianísimos de la Caballé.

Una ola de afecto se hizo presente en este emotivo homenaje que intentaba consolar a su viudo, Bernabé Martí, a sus hijos, Montserrat y Bernabé, a su hermano Carlos, a sus sobrinas, nietos y demás familia que asistieron al acto desde la banda opuesta en la catedral a la de la delegación de políticos y autoridades. Entre estos últimos se encontraban la ministra de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, el ministro de Cultura, José Guirao, la consejera de Cultura de la Generalitat, Laura Borràs y la directora del Instituto Nacional de Artes escénicas y de la Música, Amaya de Miguel, entre otras autoridades, no así ni el president Torra ni la alcaldesa Colau.

La soprano Ainhoa Arteta, visiblemente emocionada, fue la encargada de cantar la parte de la Messa da Requiem que interpretaba Caballé, una tarea sin duda muy difícil, pero la cantante vasca pudo con ello imponiendo incluso muchos pianísimos. A ella se unieron las voces de la mezzo Anna Larsson, la del tenor Nikolai Schukoff y la del bajo Alexander Vinogradov -espléndido-, junto a la Simfònica liceísta, al Cor del Liceu y a la Polifònica de Puig-Reig, todos a las órdenes de Josep Pons, quien supo adaptar la sonoridad de la obra a la difícil acústica del templo tanto con la abultada masa coral como con los solistas, teniendo en cuenta la amplia reverberación del espacio.

Fue un Réquiem de voces graves, ya que brillaron especialmente la mezzo Anna Larsson y el joven bajo ruso Alexander Vinogradov, de bellísima voz, potencia y contenida expresividad. El coliseo de La Rambla, además, abrió su sala principal al público.