"¿Cómo hacer ver la inmensidad del mar? / ¿Cómo la soledad, la vida en juego? / ¿Qué escenario gigante, qué espectáculo, / que despliegue de efectos especiales / podrán representar esta aventura?" Mariano Anós se propone ese reto y pone en escena El viejo y el mar una versión libre para el teatro de la novela de Hemingway que presentan conjuntamente Embocadura y Teatro Arbolé del 18 de septiembre al 3 de octubre en el Teatro del Mercado.

Y el director tiene la audacia de hacerlo a base de "confiar en lo menos". La inmensidad del mar aparece en el escenario por obra de la mirada profunda y larga de un viejo (Pedro Rebollo), que tensa el horizonte hasta la raya del infinito aunque se encuentre encerrado en un escenario de cuatro metros.

TEATRO DE OBJETOS

Y "la soledad o la vida en juego" se representan también apelando a la simplicidad de medios. Con la presencia constante en escena de otro actor, Javier Aranda, que evoluciona a lo largo de toda la obra en un verdadero teatro de objetos .

Este joven prepara la vela, la estira, la dobla, fabrica a los pájaros soltando papelillos blancos ante un ventilador que no se esconde; ejerce de mimo y de tramoyista (mástiles y cuerdas) con movimientos ágiles y contenidos. Leva velas, suelta por la escena a delfines, albatros, medusas y tiburones (que son sus brazos) y recrea el fragor del mar desde el simple sonido del agua vertida en un cubo.

Y luego, el texto: "Hablar mucho en la mar está mal visto", dice el viejo. Y lo dice consciente de estar declamando un endecasílabo. Y así discurre el texto, reelaborado para la obra con un ritmo que da fuerza al lenguaje y a los sueños de este viejo, encorvado y fuerte, convertido en prototipo del hombre en un pulso definitivo no sólo con un gran pez, sino consigo mismo.

Se escucha la grandeza de la prosa en ese ritmo: "¿No será que estoy muerto? No. Lo sé / porque al abrir las manos y cerrarlas / siento el dolor antiguo de la vida". Palabras, dos actores, cuatro trastos. Como ha señalado justamente Anós, "la escasez del teatro es su grandeza". Y la música original para la obra, de José Luis Romeo, que acompaña los sueños del pescador, junto a la escenografía de Pepe Melendo que supo imaginar la barca como el esqueleto de un gran pez.

"Toda la aventura en realidad ocurre en la cabeza del espectador", declara el director, "no en el mar, ni siquiera en el escenario": El día y la noche, el esfuerzo o las sacudidas, tienen su música, su luz y su ritmo. "El trabajo corporal ha sido muy importante: Eliminar tensiones o excesos de dramatismo y dejar que fluyan las emociones a partir de la respiración y de la relajación temporal".