La historia del arte está llena de genios que pierden su patria, sus relaciones y hasta su sentido común en su búsqueda de la perfección artística. Generalmente son gente complicada, excepcionalmente egocéntrica, incluso monstruosa. A Rudolf Nureyev, figura esencial en el ballet del siglo XX, esa descripción le encaja como un guante.

Y son precisamente la determinación del ruso y la ferocidad con la que la defendió el principal motivo que ha llevado a Ralph Fiennesa rodar el biopic El bailarín, que llega hoy a la cartelera. «Me fascina la fortaleza de espíritu indestructible que Nureyev mostró. Por supuesto, sé que ese ímpetu lo llevó a ser una persona agresiva, que era proclive a los ataques de ira y que incluso llegó a atacar físicamente a sus compañeros y compañeras de danza. Pero a nivel dramático es un personaje irresistible, algo parecido a un ser mitológico».

La tercera película tras la cámara del actor, en concreto, orbita alrededor de un hecho clave de la biografía de su protagonista: el 17 de junio de 1961, mientras esperaba en el aeropuerto parisino de Le Bourget para trasladarse a Londres junto a laprestigiosa compañía Kirov, el bailarín decidió zafarse de sus guardianes y desertar de la URSS. Esa decisión le permitió alcanzar rápidamente una celebridad propia de estrella del rock, pero ni eso ni la ajetreada vida sexual que compartió con hombres y mujeres -Nureyev murió de sida en 1993, a los 54 años- interesaron realmente a Fiennes. «No, para mí lo que da relevancia a su figura es esa necesidad de bailar y de expresarse a través de la danza ante la mayor cantidad de gente posible, que lo llevó incluso a renunciar a su familia». Esa necesidad de hacerse oír, añade, es lo que lo llevó a redefinir la danza masculina. «Quería acaparar todas las miradas y para lograrlo desarrolló una forma de bailar muy femenina que con el tiempo se impuso entre los bailarines de todo el mundo».

Asimismo, Fiennes considera que la figura de Nureyev sigue siendo relevante por otros motivos. «La sociedad necesita a los artistas y el tipo de expresión poética que representan. El mundo está lleno de países en los que la libertad individual está amenazada, especialmente la de los escritores y los cineastas y los músicos y los pintores, y es importante que luchemos contra ello». Pese a que Rusia es uno de esos países, el inglés dice sentir un apego especial. «Reconozco que es un enamoramiento algo pueril,pero siento una conexión muy especial por su gente y una atracción casi obsesiva por la riqueza de su cultura».

Además de dirigir El bailarín, Fiennes forma parte de su reparto en la piel de quien fue uno de los profesores de Nureyev y quizá su principal mentor, Alexander Pushkin. Es un papel que admite haber aceptado a regañadientes. «Mi intención era que todos los personajes rusos estuvieran interpretados por actores rusos. Además, ya dirigí dos películas previas en las que yo mismo interpreté al personaje principal, y fue tan duro que juré no volverlo a hacer».

FRUCTÍFERA CARRERA

Cabe preguntarse qué necesidad tiene Fiennes de arrojarse a sí mismo a un proceso tan arduo como la producción de una película; después de todo, como actor tiene una fructífera carrera a sus espaldas y varios proyectos en el horizonte -entre ellos la nueva entrega de la saga Kingsman y la nueva de la de James Bond-. «Lo cierto es que me apasiona interactuar con otros profesionales para que me ayuden a tomar algo que tengo en mi cabeza y hacerlo realidad en una pantalla grande», asegura, poniendo énfasis en el tamaño de la pantalla. «Las películas deben experimentarse en los cines», afirma. «Cuando las ves por la tele pierdes mucho, porque a veces suena el teléfono o el niño se despierta llorando. Por otra parte, los exhibidores deberían garantizar al público una experiencia óptima. Yo, por ejemplo, sería más feliz si las palomitas no existieran».