El día 28 de junio de 1914, fecha del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, faltaba solo un mes para que el imperio de Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia, dando comienzo una serie de alianzas contrapuestas que desembocarían en el estallido de la Primera Guerra Mundial. La hipótesis de una guerra duradera y continuada nunca fue imaginada por nadie. Y sin embargo, la Gran Guerra supuso la desaparición de cuatro imperios y en Rusia, el derrocamiento del imperio zarista y la implantación de la revolución bolchevique.

La guerra pronto se desarrolló como jamás nadie habría imaginado, fértil en sorpresas y en peripecias: invasión alemana de Francia, ofensiva inesperada de los rusos, batalla del Marne, victoria de los alemanes al Este, derrota austriaca ante Belgrado y entrada en guerra de Turquía y Japón. Así lo expone en su libro La Gran Guerra, 1914-1918, el historiador francés Marc Ferro, quien sin abandonar por un instante el hilo de la verdad histórica desvela cómo se mataron, unos a otros, millones de hombres, muchos por patriotismo, otros, sin saber muy bien por qué.

LAS TRINCHERAS

Marc Ferro pone de relieve en su obra que para la Navidad de 1914 varios millones de combatientes habían quedado inmovilizados y obligados a enterrarse bajo trincheras ya no para combatir, sino para sobrevivir. Así, al inmovilizar la guerra sobre suelo francés durante más de cuatro años, Alemania iba a dejar marcada a Francia con profundas heridas, a amenazar su existencia, y a paralizarla durante mucho tiempo. "Esto no es la verdadera guerra", exclamaba el Secretario de la Guerra inglés, Kitchener, al visitar las trincheras.

En tan solo unas semanas, la guerra se había metamorfoseado; cambiaba de método y de estilo, de naturaleza y de espíritu, de objetivo y de amplitud: pasaba a convertirse en la Gran Guerra, con grandes, brutales, devastadoras batallas. Como la del Somme, comenzada el 1 de julio de 1916, cuando 100.000 hombres se lanzaron al ataque tras una formidable preparación artillera de seis días de fuego graneado. Al final, los británicos habían perdido 420.000 hombres; los franceses 195.000 y los alemanes 650.000; así pues, una sola batalla, había causado más de 1.200.000 víctimas. A su vez, el 19 de diciembre de 1916 Francia lograba una pírrica victoria en Verdún, coronada por el amargo laurel de la sangre de 350.000 combatientes.

CENSURA EPISTOLAR

En estas circunstancias, la correspondencia se convertiría en el único medio de enlace entre el soldado y sus familias. Pero el miedo de los mandos al quebranto de la moral y a la deserción, provocó la instauración de una férrea censura epistolar devastadora para la psicología de todos los contendientes. De este asunto trata precisamente la novela Vidas rotas, de la historiadora y escritora francesa Bénédicte des Mazery.

La guerra de trincheras, lucha de proximidad, provocó asimismo la masiva utilización de las granadas, a la vez que propiciaron el nacimiento de armas nuevas que hicieron la guerra más atroz y mortífera: los lanzallamas, los tanques y los gases asfixiantes, usados por vez primera por los alemanes en Lange Mark, el 22 de abril de 1915. Pero los obuses de iperita, fosgeno y de gases verdes y amarillos, se generalizarían entre 1916 y 1917 por ambos frentes. Cada enfrentamiento fuera de las trincheras se convertía en una carnicería. La incipiente aviación ametrallaba y bombardeaba desde el aire las trincheras infestadas de ratas y barro. Y en la mar atlántica, los submarinos alemanes se hacían los dueños, llevando al fondo miles de barcos de transporte aliados. En marzo de 1915, Winston Churchill planificó el desembarco de los aliados en Gallipoli, Turquía, buena parte de cuyas tropas fueron masacradas. Así, la operación de los Dardanelos, a finales de noviembre de 1915, había supuesto la pérdida de 145.000 hombres entre muertos y heridos.

Muchos fueron los escritores que vertieron la tinta en sus plumas para dibujar tantos horrores. Entre los hispanos, figuran Valle Inclán, y principalmente, Vicente Blasco Ibáñez, quien dedicó un libro de historia a la Gran Guerra y una sugerente novela, de título revelador: Los cuatro jinetes del Apocalipsis. En realidad, una novela de amor, con fondo semejante al de Romero y Julieta o los propios Amantes de Teruel, con el terrible telón de fondo de la barbarie de la guerra. Dos jóvenes, Julio y Margarita, pertenecientes a dos familias (Desnoyers y Hartrott) verán cómo la fractura humana de la guerra se convierte también en trinchera de su amor, al quedar cada una de las familias vinculada a cada uno de los bandos enfrentados. El éxito de Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue tal que la industria cinematográfica de Hollywood llevó el libro a la gran pantalla en 1962.

Precisamente, la I Guerra mundial comenzó a dar un gran giro cuando en el verano de en 1917, Estados Unidos entró en la guerra. Entonces, actores célebres del celuloide, como Charles Chaplin, ofrecieron su imagen para promocionar la venta de bonos de guerra y promover el patriotismo de los norteamericanos cuyo ejército llegó a superar el millón y medio de alistados.

CONSECUENCIAS INDIRECTAS

En 1917 todas las naciones del planeta, directa o indirectamente, estaban en guerra, dando lugar a dramas y hechos de gran trascendencia. Por ejemplo, la acción indirecta aliada al Este contra el Imperio turco condujo a las matanzas de Armenia (un millón de personas fueron deportadas por los turcos y más de la mitad asesinadas). Mientras, al Sur, la hazaña de un héroe solitario, Lawrence de Arabia, lo convertía en el padrino de la independencia árabe.

Al final, la llegada del 11 de noviembre de 1918, fue de alegría general. París, Londres, Nueva York, festejaron el armisticio y luego la victoria, mientras que en Versalles, un ejército de diplomáticos fundaba la Sociedad de las Naciones y firmaba tratados que habrían de asegurar la paz por cien años- Pero en su afán de tomar la cólera de los alemanes vencidos como prueba de victoria, los aliados no vieron que perdían la paz en el mismo momento en que ganaban la guerra. Porque aparte de tres provincias perdidas, Alemania quedaba intacta; no había sufrido ningún daño material durante la guerra. Su potencial económico seguía siendo excepcional y las reparaciones previstas por el Tratado de Versalles no limitaron ni su desarrollo ni su libertad de maniobra. Mientras, Francia, maltratada y lastimada, destruida en parte, se veía obligada a dedicar las energías nacionales en rehacer su economía. Alemania, aunque resentida y herida en su orgullo, sólo tenía que transformarla.

Así, lejos de sellar la paz mundial, la Gran Guerra fue el escenario que abrió las puertas a los totalitarismos fascista, comunista y nazi. Y mientras buena parte de Europa buscaba la evasión en el cine y el music-hall tras el desastre, países como Alemania, Italia o la URSS, los sustituían por fiestas gimnásticas de impresionantes dimensiones, que anunciaban las aspiraciones a un "nuevo orden mundial", preludio de la Segunda Guerra y la posterior Guerra Fría.