Eduard Fernández toma su café solo —acompañado de dos bombones— con pasión. La misma con la que pide un cigarrillo y empieza a fumar. La misma que tiene por su profesión. Con los años, el actor (Barcelona, 1964) ha perdido ingenuidad. Y también vergüenza. Antes le daba pudor todo: las entrevistas con los periodistas y subir a un estrado para recoger un premio. Le pasó con los Goya de Fausto 5.0 (2001) y En la ciudad (2003). «Ahora ya no. Ahora recibo un galardón y digo: ‘qué bien, gracias’. Lo asumo con normalidad».

Con normalidad, aunque con muchos nervios confesados, se llevó en septiembre la Concha de Plata del Festival de San Sebastián por El hombre de las mil caras. El personaje del controvertido espía Paesa le ha convertido este año en el actor de las mil nominaciones. Los Goya, los Forqué, los Feroz, los Gaudí…

¿Recogerá alguno de los premios a los que está nominado? ¿Todos? «Bueno, vamos a ver», zanja Fernández, que hoy mismo podría hacerse con el Forqué. No quiere adelantar nada y sabe que la competencia es fuerte. Pero también sabe que El hombre de las mil caras, con 11 candidaturas a los Goya, es una de las películas del año. Dirigida con brío por Alberto Rodríguez (La isla mímima), narra uno de los episodios más delirantes de la historia reciente de España: la fuga del corrupto exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán y la rocambolesca intervención de Francisco Paesa.

MIMO Y PAYASO

Dar vida al espía Paesa no fue un papel a dedo. Fernández pasó un casting. Lo destaca para recordar que él se lo sigue currando, como cuando —hace ya 16 años— superó la prueba para formar parte del elenco de Los lobos de Washington, el filme que puso al entonces mimo y payaso barcelonés en el mapa cinematográfico. El director, Mariano Barroso, le pidió que sacara del coche con violencia a Javier Bardem. Lo hizo con una hostia tremenda. Se jugaba mucho. Y aprobó el examen. Ese mismo año obtuvo su primera candidatura al Goya. Ahora acumula 10 nominaciones y se ha convertido en un rostro imprescindible del cine español.

Él no lo ve así. «Trabajo y no me defino. Me gusta mi oficio». Si hay algo que tiene el profesional Fernández son tablas. Después de que su madre le insuflara en las venas el amor por el cine, con 19 años se malganó la vida pateándose las calles de Barcelona como payaso. Todo muy underground. Se juntó con un amigo para hacer espectáculos de mimo en bares, cuya clientela no siempre entendía la transgresora función. Con 23 años, y después de tres pruebas con Albert Boadella, entró en Els Joglars. Siempre trabajando. Siempre en ruta. Siempre fuera de casa. Hace 21 años, el nacimiento de su única hija, Greta, le pilló en León, donde estaba representando una obra. Llegó el día en el que, poniendo en la balanza las dos vidas, la profesional y la personal, Fernández escogió la segunda. «Mi vida personal es lo que más quiero. Y con el cine sí se puede tener vida personal».

LA CONCHA DE PLATA

Greta —que ha heredado los ojos inteligentes de su padre— ha seguido sus pasos. Debutó en cine junto a él en Ficción y ha participado en la última película de Isaki Lacuesta e Isa Campo, La próxima piel.Se ha convertido en una actriz que dentro de poco dará que hablar. Así lo pronosticó el orgulloso papá Fernández en su discurso de agradecimiento por la Concha de Plata. «Eres la persona que más quiero en el mundo», le dijo mientras ella se emocionaba hasta las lágrimas. El actor también dedicó el galardón a sus padres y a sus dos hermanas. Y a Esmeralda, madre de su hija y pareja durante 25 años, «porque sí».