El director de la ya emblemática Amélie Jean-Pierre Jeunet (Roanne, Francia, 1953), clausuró el último festival de San Sebastián con El extraordinario viaje de T. S. Spivet, un cuento en 3D basado en la novela de Reif Larsen que narra la odisea de un chaval de 12 años, un pequeño genio que inventa artilugios maravillosos y que hoy llega a las salas.

--¿Cuánto de usted hay en el pequeño Spivet?

--Cien por cien. Bueno, yo no soy un genio. Pero siempre hay mucho de mí en mis personajes. Amélie también soy yo. Lo único que quiere el niño protagonista de El extraordinario viaje... es volver a su rancho de Montana a seguir dibujando. Exactamente como yo, que lo único que deseo es volver a la Provenza a trabajar.

--A lo largo de su carrera siempre ha preferido la imaginación a la parte racional de su cerebro.

--Claro. Cuando hice el examen de ingreso al instituto saqué 1,5 sobre 20. En la cadena de fabricación de seres humanos, el tío que tenía que tener meter el software en mi cerebro estornudó.

--Prefiere, pues, que los cineastas inviten a soñar y no a reflexionar.

--Está bien que el cine sea variado, si todos hiciésemos las mismas películas sería un horror. Como fabricante no me interesa hacer fotocopias. Y para reproducir la realidad es mejor un documental.

--¿Qué les dice a sus alumnos cuando imparte clases de cine?

--Trato de inculcarles la alegría de trabajar. Yo siempre les pregunto: ¿qué queréis, hacer películas o ser director?

--Usted es muy crítico con la industria del cine de EEUU, donde en 1997 rodó Alien Resurección.

--Cuando la hice tenía un intérprete simultáneo. Creo que entendí la película de verdad cuando vi el DVD con los subtítulos (risas). El extraordinario viaje de T. S. Spivet es una película estadounidense, pero producida entre Francia y Canadá. Mantuve toda mi libertad, la misma que disfruté en mis siete películas anteriores, excepto Alien. No me gusta llamarme artista, pero en todo caso soy totalmente responsable de mi obra. A un pintor no le dice su galerista si tiene que poner más azul aquí o allá. Mire, el representante del niño de El extraordinario viaje... nos mintió porque había firmado una serie de televisión dos días antes que tenía prioridad sobre nosotros. El rodaje se convirtió en una pesadilla, aunque por fortuna el chaval es maravilloso y nunca se quejó. Los agentes de actores en Estados Unidos son los mayores mentirosos del planeta.

--Esa libertad que defiende ¿solo la hay en el cine francés o en toda Europa?

--En Francia tenemos por ley el derecho al montaje final, aunque cada vez va a ser más difícil conservarlo. Sufrimos presiones de las televisiones, que están dirigidas por personas que vienen de las escuelas de comercio. Me dan lástima los jóvenes cineastas que quieren hacer cine. Vivimos en un mundo ultracapitalista y en el que hay que sacar un rendimiento inmediato.

--Rodó la película en 3D. Defiende un uso poético de esa tecnología y no solo espectacular.

--Sí. Ahí está Avatar, La invención de Hugo, La vida de Pi... El 3D de esas películas me recuerda el pequeño proyector que tenía de niño. Conservo recuerdos mágicos.

--Pero usted ama la tecnología e internet.

--Amo internet y la tecnología, sí. Me reprochan que mis películas son un poco retro, pero esa gente que me critica no sabe que mis filmes se hacen con la tecnología más moderna. Las localizaciones las encontré con Google Maps. Y el storyboard lo tengo entero en mi smartphone. Quise hacer el filme sin un papel.

--¿Qué relación guarda con Amélie (2001)?

--Fue mi película más personal y se convirtió en un fenómeno de tal calibre que es el sueño de cualquier director.