Cuenta la Historia más reciente que cuatro jinetes cabalgaban en plena pandemia llevando de un lugar a otro las músicas que unían continentes, acercaban culturas, reconciliaban voluntades y sanaban sensibilidades heridas. Esos cuatro jinetes, conocidos en grupo como Hespèrion XXI, llegaron el viernes a Canfranc Estación y en su austera y pirenaica iglesia, dentro de la vigésimo novena edición del festival En el Camino de Santiago, ofrecieron una hermosa conjunción de ritmos y cadencias en un programa titulado Oriente-Occidente: Diálogo de almas. Dieron, o sea, un concierto brillante, aderezado con el fulgor de la lluvia y los truenos de una ruidosa tormenta. Fue una experiencia singular: por el repertorio, por las características fronterizas del lugar y, ¿por qué no?, por la lluvia y los truenos, que, aunque por una parte batallaron contra la dinámica de la música, por otra contribuyeron a configurar una atmósfera especial.

Jordi Savall, ese gran violagambista al que no se le resisten el resto de las cuerdas (lira de arco, rabel y rebab), dirige con tino Hespèrion XXI, configurado también por instrumentistas de la talla de Pedro Estevan (percusiones), Dimitri Psonis (santur, oud y buzuki), y Mosem Rahal (ney), quien sustituyó a Hakan Güngör (qanun), quien no pudo viajar desde Turquía. Savall (con sus diferentes formaciones), más allá de sus espléndidas incursiones en el barroco de Bach y Marin Marais y en la obra de compositores de otras épocas, ha dedicado parte de su carrera a mostrarnos cómo músicas aparentemente alejadas se enredan como las cerezas, y cómo la historia de la música es un entramado de cruces y conexiones. Y más: cómo la llamada música antigua se manifiesta en sus manos como el más contemporáneo de los sonidos.

El musicólogo Wolfgang Sandner, en su libro Keith Jarrett. Una biografía, viene a decir que si eso que denominamos músicas del mundo no fuera un desbarajustado cajón de sastre, bien podríamos incluir en esa taxonomía no pocas producciones del genio del piano. Con Savall pasa algo similar: conciertos como el del sábado o producciones como El Nuevo Mundo. Folías criollas y Las rutas de la esclavitud. 1444-1888, son pura world music, lo que no deja de tener su lógica: si la música del barroco español (del calandino Gaspar Sanz, por ejemplo), toma nuevos aires en combinación con un tradicional llanero colombiano, una antigua tonada africana también se inscribe en el presente si la aderezamos con ritmos del siglo XX. El asunto tiene su miga.

Pero a lo que vamos: los cuatro jinetes de Hespèrion XXI dieron buena cuenta de que el colorista y también terrible a veces mar Mediterráneo no es una barrera, y de que las tradiciones árabe, judía, armenia, sefardí, turca, afgana, persa y bereber no están a años luz de escrituras sonoras italianas y francesas medievales. Bien podría decirse aquí que la antigüedad es un constructo, y que la proximidad entre civilizaciones, pese a los avatares históricos, es más sólida de lo que creemos o nos cuentan. Toda una hermosa lección, pues, de diversidad y encuentro la del programa Oriente-Occidente: Diálogo de almas, que concluyó, en un homenaje a las víctimas de la explosión de Beirut, con una pieza religiosa de origen maronita. Más que un réquiem por la muerte, un canto a la vida.

Finalmente amainó la tormenta, terminó el concierto y los cuatro jinetes, no del Apocalipsis, siguieron su camino hacia otros territorios para construir los puentes que traza la música por encima del tiempo y las confrontaciones.