Veterinario de profesión, Gonzalo Giner ha publicado ya seis novelas históricas; la última de ellas, editada hace poco más de un mes, se titula Las ventanas del cielo (Ed. Planeta), y en ella el autor deja a un lado el reino animal para adentrarse en el arte de las vidrieras en la Edad Media.

-’Las ventanas del cielo’ fue la novela histórica más vendida del mes pasado, ¿por qué cree que todo lo que toca se convierte en oro?

-Dentro de la dificultad para encontrar un argumento original, intento escribir de cosas que no se hayan hablado demasiado, para que los lectores se asomen a las novelas más interesados. En ese sentido, la primera vez que me impactaron las vidrieras fue cuando entre en Sainte Chapelle; sentí como si el templo flotara y el aire estuviera teñido de colores. Luego, mi trabajo también me ha llevado varias veces a León (su catedral es la portada del libro), y en un momento dado pensé, esto de las vidrieras, me han hablado de catedrales y de muchas otras cosas, pero de la vidriera en sí no explica nadie nada, cómo las hacían o cómo era el oficio de maestro vidriero.

-¿Qué relación tiene Hugo, el protagonista, con el mundo de las vidrieras?

-Él al principio no tiene nada que ver con las vidrieras, él es un personaje rebelde, hijo de un mercader de lana, que no tiene claro lo que quiere hacer en su vida, pero sí que sabe que no quiere dedicarse a la lana, y su padre no está muy de acuerdo. Aún así, Hugo se ve embarcado en el recorrido de la lana, por orden de su padre, y en el viaje descubrirá unas traiciones por las que tiene que escapar, y ahí empieza a construir un poco su destino. Hay un punto determinante en su recorrido donde le presentan a un maestro vidriero que está restaurando la catedral de Amberes, y a partir de ahí es cuando a él se le ilumina la cara y empieza a entender que quizás es ahí donde puede encontrar su futuro, pero también encontrar el medio con el que él se puede comunicar con el resto del mundo.

-¿Es un viaje hacia una vocación artística?

-La novela, al meterse en todo lo que es el estudio, la conservación de catedrales, la restauración de vidrieras, tiene una carga muy sensorial, muy emotiva. Hugo va a vivir con mucha intensidad cada escenario que va recorriendo, y esto yo creo que a cualquier amante del arte le puede seducir. Aunque dentro de la novela también hay amores, hay traiciones…

-El libro parece muy didáctico.

-Lo que va a encontrar el lector es todo el desarrollo de cómo se planteaba un proyecto de vidrieras en una catedral. Lo va a ver desde el punto de vista novelado, pero desde el primer día que tienen un encargo, que llegan a la catedral y se encuentran unas ventanas vacías. Ahí tienen que dimensionarlo, tomar medidas y tienen que tomar decisiones tan bonitas como qué tipo de colores tienen que ser predominantes, colocarlas en zonas del templo según reciben más o menos horas de luz, y sobre su objetivo final, que era servir de biblias de cristal para el pueblo, que no sabía leer ni escribir.

-¿Qué otros escenarios históricos destacaría?

-En los puertos cántabros, Hugo se verá envuelto en un viaje de una flota de cazadores de ballenas, que le llevará a un escenario con los mares más fríos de la tierra, conocida como Terranova (Canadá). Aunque no está demostrado, me he aventurado a adelantar la llegada de estos marineros vascos al continente antes que Colón, porque es muy probable que pudiera haber sido, según documentos que muestran expediciones. Y en su viaje a los desiertos de Túnez se ve de dónde procedía la mayoría de la sal, que era otro de los grandes productos en el mercado europeo.