Hace veinte años, Midori saltó a la fama (a la relativa fama que disfrutan los intérpretes de clásica) como una menuda niña japonesa que tocaba el violín como los ángeles. El tiempo ha pasado y el prodigio Midori se ha estabilizado en propuestas serias y prestigiadas, aunque el márketing mande que la violinista siga presentándose sin apellido (se llama Midori Goto) para no perder caché ante un público que tiene ganado de antemano.

Ayer, la violinista actuaba en el Ciclo de Grandes Intérpretes con quien es su acompañante en los últimos tiempos, el norteamericano Robert McDonald. Muchos que yo me sé quisieran para sí el currículum del pianista. Sin embargo, McDonald ha desarrollado gran parte de su periplo profesional a la sombra de otros: primero del insigne Isaac Stern y ahora de Midori. Ambos ofrecieron un programa ameno y variado, en muy altos niveles de conjunción, con un sonido de porcelana (que me decía un entendido) y un trabajo de gran seriedad.

La breve y fragmentada Música para 247 cuerdas de la inglesa Judith Weir (así de primeras, interesante, pero no mucho más) preludió a una lectura algo blanda y muy delicada de la célebre Sonata en Fa , llamada Primavera , de Beethoven. La página fue llevada a ritmo ligero, muy bien cantada, con un poquito más de pedal pianístico de lo necesario y ajustada hasta el detalle.

La segunda parte era de mayor fuste. Primero estuvo la extraña Sonata de Janácek, obra lírica y llena de colores, compleja y muy poco obvia. Los intérpretes la expusieron sin dubitación, alcanzando la gloria en el misterioso Adagio conclusivo. Mis dudas sobre la intensidad tanto de volumen como de expresión de los intérpretes (faltó nervio en Beethoven y en el tercer tiempo de Janácek) se despejaron con su muy meritoria versión de la gran Sonata Op.108 de Brahms, que fue un puro crescendo de pasión hasta el impresionante final, potente y firme.

Huelga decir que el Guarnieri de Midori sonó de maravilla, no sólo por la belleza del instrumento sino por la calidad de la intérprete, perfecta hasta el asombro en todos los aspectos de afinación y con un fraseo lógico y esmerado. El público (dos tercios de entrada) aplaudió con ganas a los intérpretes.