El músico guineano Mory Kanté, creador de Yéké Yéké , uno de los éxitos más sobresalientes de la música moderna africana, cerró el viernes en el Auditorio Natural de Lanuza el programa especial que Pirineos Sur ha dedicado este año a las músicas de los países del Sahel. Kanté, al contrario de lo que hizo en su última visita al festival, en 1998, armó un concierto prácticamente acústico. Un formato que marcará las canciones de Sabou , su próximo disco, que saldrá a la venta en otoño. La velada contó también con el blues de diferentes tonalidades de Paul Ubana Jones, un músico nacido en Londres de padre nigeriano y madre inglesa, y que reside en Nueva Zelanda.

Kanté salió al escenario a eso de la una de la madrugada. No porque se hiciese de rogar, no: sencillamente porque llegó a Pirineos Sur bastante más tarde de lo previsto. Había perdido un vuelo, y a eso de las siete de la tarde aún se encontraba en Toulouse. Desde esa ciudad francesa vino en coche hacia Lanuza, pero cruzando la frontera por el camino más largo: por Somport, en vez de por El Portalet. Todo un número. Así las cosas, mientras la estrella llegaba al recinto del festival, sus músicos (parte de ellos, vaya) intentaron calentar el ambiente y sosegar la espera propinándonos una larguísima media hora de percusiones. Una exasperante ración de djembé y balafones que no se la saltaba ni el más aguerrido de los griots.

Tras ese aperitivo, un Mory Kanté ya mudado (con su túnica y su todo) apareció en escena, reunió a los instrumentistas (11, incluidas dos coristas), anunció que el partido se jugaría en el terreno acústico, y empezó el concierto. Primero con la kora, y después con la guitarra. Lanzó un repertorio en el que no faltaron canciones de Tamala , su álbum más reciente, y despachó la cosa en una hora, cerrando la sesión con el inevitable Yéké Yéké .

En esos 60 minutos que duró el concierto hubo de todo: envolventes atmósferas, excitantes juegos vocales cercanos a los de su colega Salif Keita, pasajes monótonos y rellenos en plan marea percusiva. Dio, en conclusión, un concierto corto y algo deslavazado, consecuencia, sin duda, de su imperdonable falta de puntualidad.

Paul Ubana Jones, por su parte, sorprendió con su poder de comunicación. Tiene una gran voz y un dominio extraordinario de la guitarra. Lo tenía duro, pero el público se le rindió sin contemplaciones. Actuó en solitario y acompañado por bajo, teclado y batería, con un programa en el que incluyó piezas propias (Rest In My Arms, Raga-Bird Without Songs, Call Him Hero, The Mountain Song ...) y versiones: Hoochie Coochie Man, Corinna Corinna y una impagable recreación de Home Is Where The Hatred Is , de Gil Scott-Heron. Llegó como telonero y salió casi el artista principal.