Aprendimos de los astrónomos que el universo se expande. Como el cosmos sonoro de Marco Mezquida, cabría añadir. El pianista menorquín no solo es un intérprete excepcional; también es un músico inclinado a la exploración de sonidos de especies y especias diversas. Aclaro: con idénticas pasión y solvencia con las que lleva a Beethoven a su terreno se lía con el guitarrista flamenco Chicuelo, con la cantante Sílvia Pérez Cruz, con el jazzman Lee Konitz y con el rapero Rafael Lechowski, por anotar solo algunos ejemplos. Súmense a eso sus agitadoras aventuras en solitario y los dos discos que ha registrado con dos músicos de lujo: el cellista Martín Meléndez y el batería y percusionista Aléix Tobías. Con ellos estuvo el domingo en el auditorio de Caixaforum presentando Talisman, el segundo álbum que han grabado juntos, un compendio (resumiendo mucho, mucho) de folclore y jazz.

Así, escuchando en directo a tres fenómenos, logramos escabullirnos de una de esas tardes de pandemia que te abotargan los sentidos: un batería de excelente gusto y pegada al detalle; un cellista que (bien con arco o sin él) extrae del instrumento todos los tonos de la emoción, y un pianista que tiene tanta música en la cabeza que si no fuese por la destreza que muestran sus dedos le resultaría imposible ejecutarla. Dedos ligeros, corazón viajero y técnicas (pizzicato, notas apagadas…) al servicio de unas piezas que escapan de patrones y taxonomías.

Tras una vibrante improvisación de apertura llegaron No passis pena, Vientos Elíseos y ese excitante viaje que recala en tierras africanas llamado Carpe Diem. Una evocadora Alfajor, con aires de jota y memoria de Albéniz nos llevó hasta la hermosa Trenzas. Luego, Es jardí de ses ànimes perfumó de Falla el ambiente antes de entrar en los sueños de Ravel y de que el cerebro rebosase felicidad con Serotonina.

El pianista Federico Mompou (1893-1987), al explicar cómo se comporta una nota una vez que has pulsado una tecla, decía que “en el reducido espacio entre dos sonidos se oculta el secreto de las sonoridades”. Mezquida conoce como pocos ese arcano. Y cuando lo comparte con Meléndez y Tobías, miel sobre hojuelas. Vuelvo a Mompou: lector de Juan de la Cruz, tituló Música callada una de sus obras. Mezquida, tal vez un místico del siglo XXI a la búsqueda del éxtasis, bien podría llamar a su propuesta la música sonora. O algo así, vaya.