En su estudio, en su casa de Barcelona, Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, 1958) deja descansar un rato los pinceles con los que ya traza la próxima historia del universo de Roco Vargas tras la celebrada Júpiter: un spin-off que protagoniza el personaje de Archi Cooper. Al lado de la mesa de trabajo, varios originales de gran tamaño dan fe de la futura historieta, «mezcla de detectivesco y ciencia ficción», apunta el dibujante valenciano, mientras liga el título, El futuro que no fue, con su nueva y redonda creación, Picasso en la guerra civil (Norma). En ella imagina el «pasado que no fue» del autor del Guernica tirando del hilo de su filiación republicana y le ayuda a cumplir su deseo «con la máquina del tiempo que es la viñeta»: «Siempre dijo que le habría gustado luchar en la guerra civil y vestirse de uniforme, pero en 1936 tenía 55 años y era demasiado mayor para combatir». Bien claro lo deja en el cómic: «Quiero tener 25 años y empuñar un fusil para pegarle un tiro a Franco».

«Fue cosa del azar. Andando por Valencia me paré ante una librería y en el escaparate había un volumen de arte de Picasso, con su cara en la portada. Se produjo un juego de espejos entre él y yo, que es el que he trasladado al cómic. Me estaba diciendo: ‘Tenemos que hacer algo juntos’», sonríe el autor de La casa. Crónica de una conquista. Así, entre la realidad y la ficción, Torres se reencarna en su padre en 1953, que es un dibujante exiliado que recibe el encargo de un Picasso de 72 años, afincado en la francesa Costa Azul, de convertirlo en miliciano en un cómic.

1953 fue un «momento vital difícil» para el pintor malagueño. «Françoise Guillot, madre de sus hijos Claude y Paloma, lo deja y se va con los niños a París porque no puede más. Es la primera vez que le deja una mujer. Además, sale en las revistas rosas, algo que no le gusta nada, y la crítica empieza a cuestionar su trabajo. Es cuando crecen las leyendas de si era avaro, déspota... que creo que no tienen base». Torres, además de releer sobre el Picasso artista, buceó en toda la documentación que halló sobre su vida para «dar corporeidad al personaje» y dar con las claves humanas que le «permitieran justificar moralmente ese extraño encargo que le hace al dibujante y que lo ayuda a reivindicarse y a refugiarse en un pasado que no existió».

LA VIDA COMO UN COMBATE

«La guerra es como la vida: un combate que se pierde siempre», dice un Picasso de 72 años que pese a sentirse fuerte y cuidarse teme que cada obra que hace pueda ser la última. «Es la maldición de los creadores. Estaba creando constantemente, no podía estarse quieto. Y experimentaba cosas distintas -pintura, cerámica, grabado, máscaras...-. Y nunca acababa sus obras, decía. Como creador, acabas una y parece que se acabe parte de tu vida. Él temía eso. Es la carga de la creación/desaparición». Su otra gran preocupación, añade, era la trascendencia de sus obras. «Se preguntaba qué significarían dentro de 20 años, le inquietaba qué sería de su legado, porque tras 50 años siendo un dios del arte moderno y paradigma de las vanguardias parte de la crítica decía que ‘el viejo Picasso ya no pinta ni es igual de bueno y solo cuenta el dinero’. Eso, cuando él no le daba importancia a los bienes materiales y ayudaba a los exiliados republicanos que le pedían ayuda».

Las manos de Torres pasan las páginas del inmenso bloc lleno de anotaciones, esbozos, recortes y fotos que fue alimentando durante año y medio de trabajo. Se para en tres imágenes, otro juego de espejos: una es el cartel de ¡Armas al hombro!, de Chaplin; otra, el retrato del joven Picasso que pintó Ramon Casas hacia 1900; de ambas surgió la tercera, el miliciano Picasso que ilustra la portada del cómic.

TRES ESTILOS

En otra página está la foto del padre de Torres con 25 años. Es clavado a él. «No quería enviarme a mí mismo al pasado, así que lo mandé a él. Era médico, aunque siempre le gustó dibujar y pintar. Como en la historieta, iba en sidecar. Es un homenaje a él, que murió hace cuatro años, y a mi madre. Y también al lenguaje gráfico del cómic. Picasso acaba entendiendo que hacer un tebeo requiere una técnica, un guion, una planificación, que no es ponerse a dibujar y ya está».

Y, como «el guion lo necesitaba», Torres desplegó tres estilos distintos: uno para el cómic que él dibuja sobre su padre y Picasso, otro para el que dibuja su padre del pintor en la guerra civil y un tercero para el que, dentro de esa historieta, el Picasso miliciano dibuja en el frente del Ebro firmando como Pegasso y que mucho tiene que ver con «el cartelismo, la prensa gráfica y el altísimo nivel artístico de la propaganda de la zona republicana».

PROYECTO EN PARÍS

El artista malagueño pedía a Gertrude Stein que le mandase desde Estados Unidos los periódicos que publicaban la tira Krazy Kat, de George Herriman, pero Torres, admirador del Picasso grabador y dibujante más que del pintor, no cree que este flirteara con el cómic en Sueño y mentira de Franco. «Puede parecerlo pero no veo narración. Son más bien grabados pensados para separarlos como si fueran postales».

No sabe el dibujante qué opinaría de este cómic el autor de La vida, pero respira tranquilo tras haberlo presentado en el Museo Picasso de Barcelona y, coincidiendo con la próxima traducción al francés, ante la perspectiva de participar en la futura producción del Museo Picasso de París sobre cómo la viñeta ha visto al genio.