La última jornada a competición en Venecia suele ser el equivalente a lo que en el mundo del deporte se conoce como los minutos de la basura. Y, aunque hay excepciones --El luchador (2008) se estrenó el último día y se llevó el León de Oro--, es poco probable que Good kill se convierta en una de ellas.

La nueva película de Andrew Niccol --Gattaca (1997)-- pone el foco en un piloto estadounidense que se dedica a manejar por control remoto --esto es, desde una base militar en Las Vegas-- los drones que causan destrucción en Afganistán. A través del personaje, interpretado por Ethan Hawke, trata de meditar sobre las implicaciones morales derivadas de una estrategia bélica que permite acabar con miles de vidas con solo pulsar un botón. A juzgar por los sonoros abucheos que la película recibió tras la proyección para la prensa, no lo logra.

"Creo que la historia se limita a mostrar la complejidad del asunto, sin decantarse por ningún lado", señaló Hawke; que señaló que "trata de toda una generación de soldados que se tienen que plantear preguntas que nadie se ha hecho antes, ya que se pasan el día combatiendo a los talibanes y luego van a recoger a sus hijos al colegio, con el caos mental que eso supone". De forma parecida se expresó el director: "No quise mostrarme a favor ni en contra de los drones. Juzgar no me corresponde a mí", explicó ayer Niccol a pesar de que, en realidad, eso no es cierto. Porque Good kill trata de nadar y guardar la ropa, de dar lecciones de moralidad y a la vez de legitimar la autoridad de Estados Unidos para mantener el orden en el mundo. En todo caso, ese es solo uno de sus problemas: es un filme bélico sobre tipos que pasan horas contemplando pantallas y que, de vez en cuando, le dan a la tecla. ¿Suena aburrido? Lo es.

James Franco, un valiente

Fuera de competición, James Franco volvió a dejar claro que es un intelectual y que además no le tiene miedo a nada, pero sobre todo que está encantado de demostrarnos ambas cosas. El año pasado dirigió una adaptación de Mientras agonizo, de William Faulkner --considerada inadaptable--, e Hijo de Dios, de Cormack McCarthy --otra que tal--, y ayer presentó aquí su versión de El ruido y la furia, un Faulkner aún más laberíntico, donde cuenta la historia de la decadencia de una familia del sur de Esdos Unidos a principios del siglo pasado.

El mayor elogio que se le puede hacer --o la mayor crítica, según se mire-- es reseñar su fidelidad a la novela, aunque reduce a tres los episodios de la novela original. Y reconocer que, para bien o para mal, Franco los tiene cuadrados, como demuestra su interpretación descontrolada y suicida en la piel de un disminuido psíquico. Teniendo eso en cuenta, que la Mostra le otorgara ayer un premio honorífico --que en otras ediciones ha recaído en Abbas Kiarostami o Takeshi Kitano-- a pesar de que solo tiene 36 años es menos extraño. "Hago las películas que me gustaría ver y que nadie más hace", dijo.