El mundo debía haber descubierto el contenido de High hopes el 14 de enero, pero una filtración a través de la web de Amazon hizo posible que el secreto se desvelara antes de lo deseado. Ahora, ya provisto de su envoltorio completo (diseño gráfico, textos, créditos, dedicatorias), High hopes ya está aquí como el primer gran lanzamiento del 2014 y muestra a un Springsteen inquieto y juguetón; un poco disperso aunque nunca banal.

El disco tiene algo de foto movida: grabado en estudios de Australia, pillando horas libres de la gira por las antípodas, y de Nueva York, Atlanta y Los Ángeles, y construido en proporciones iguales a partir de canciones nuevas y de remakes, High hopes parece el producto ansioso de un músico voraz. Que se permite experimentos y grabar sin descanso.

Cohesionado

Pero, asumiendo esos trazos que hacen del disco una obra de aspecto menor, Springsteen se las ha apañado para convertirlo en un disco cohesionado, si bien no dispone del relato y el mensaje que acostumbran a acompañar sus obras. High hopes ofrece un combinado de ritmos, géneros musicales y ocurrencias de estudio que le convierten en uno de sus trabajos más diversos. Resultado de sus sesiones, distanciadas en el tiempo y en el mapa, con sendos productores, Ron Aniello y Brendan O'Brien. En su recorrido de 12 canciones hay rock épico a la americana, reflejos pop livianos, abultados coros gospel, bulliciosos asaltos folk y sorprendentes arreglos electrónicos.

El disco se abre con una vigorosa toma de High hopes, de Tim Scott McConnell (The Havalinas), una de las piezas que Springsteen grabó con la E Street Band en su breve reunión de 1995, y cuya toma original fue a parar al epé Blood brothers. La nueva versión gana en volumen y nervio, aunque la guitarra de Tom Morello (Rage Against The Machine), constante en casi todo el disco, puede hacer arquear las cejas por su textura abrasiva. Es solo el comienzo: el guitarrista dará un acabado aún más estridente a otras canciones, muy en particular a Harry's place.

Tras otro remake, este poco trascendente, el de American skin (99 shots), en su estreno en el estudio (con incursión sutil del añorado saxo de Clarence Clemons a título póstumo), y la roquera versión, un tanto ampulosa, de Just like fire would, de Chris Bailey (The Saints), entramos en el corazón del disco, donde desfilan cinco canciones nuevas. Down in the hole transmite sensaciones inquietantes y crece exhibiendo poderes duraderos, aunque recicle el traqueteo de I'm on fire. En Heaven's wall se cuelan coros poderosos dando paso a una eficaz dinámica roquera. Es una lástima que Steve Van Zandt no toque en el disco, porque quizá habría sido feliz tocando Frankie fell in love, heredera de los momentos más desenfadados de la era de The river. En 2This is your sword aflora el Bruce folkie expansivo, con acento celta, del disco dedicado a Pete Seeger (y de Wrecking ball), y Hunter of invisible game da buen resultado con su cadencia de vals confesional.

La sombra de Vietnam

En la recta final del disco, feroz asalto a The ghost of Tom Joad, inmortalizada por primera vez en versión eléctrica en una toma severa. Le sigue la narrativa, emotiva, The wall, dedicada a Walter Cichon, amigo de juventud del Boss fallecido en la Guerra de Vietnam, y el punto y final con Dream, baby, dream, de Suicide, en una adaptación que trata de capturar, lográndolo a medias, el ambiente recogido, místico de aquel último bis en los recitales de la gira Devil's & dust (2005).

Material disperso, sí; muchas versiones y remakes para un disco que pretenda trascender la categoría de contenedor de rarezas, aunque sean valiosas. Pero High hopes transmite rasgos de nobleza y dejando un rastro de momentos con poso. Cuesta ver en este disco el alimento troncal de una gira, rol que sí podía ejercer Wrecking ball, pero esta ya es otra historia.