"Es una película de Kung Fu, sobre una venganza, con samurais, rasgos de spaghetti-western y se llama Matar a Bill ¿De acuerdo? ¡La violencia está en el título!". Así de contundentes son los argumentos de Quentin Tarantino para justificar la violencia de Kill Bill. Vol. 2 . El director la presentó ayer en Madrid flanqueado por Bill --David Carradine-- y por su productor de cabecera, Lawrence Bender, aunque no llega a los cines españoles hasta el 23 de julio. El 30 de junio, sale a la venta el DVD del Vol.1

Vestido de negro y con voz cazallera Tarantino entró gritando: "¿Dónde está Bill?". Unos segundos después respondía: "¡Aquí!", un Carradine vestido como un patriarca gitano y en buena forma física si se tiene en cuenta que ya ha cumplido los 68.

"La violencia es muy gráfica. Por eso seduce. Edison inventó la cámara para mostrar cómo se besa y se mata", insistió el realizador de títulos como Reservoir dogs y Pulp Fiction . Fascinado por géneros como el gore, las artes marciales y el western, es un experto en mezclarlos todos a su manera y echar mano de diferentes formatos como la animación, las siluetas y el contraste entre el color y el blanco y negro: "Es como meter muchas películas en una. Si lo necesito, lo pongo". Lo que ideó como una única película, tuvo que estrenarse en dos entregas que no son iguales. Recordó que la primera tiene más influencia japonesa y la segunda, china. Más diferencias. El volumen 1 es más violento porque busca la acción mientras que el 2 resuelve las incógnitas. En la primera, la novia (interpretada por Uma Thurman) acaba con sus antiguos compañeros, O-Ren Ishii y Vernita Green. Para satisfacer del todo su sed de venganza, tienen que pasar a mejor vida los otros dos: Budd (Michael Madsen) y Elle Driver (Daryl Hannah), antes de cumplir con el título de la película.

Un Tarantino entre provocador y falto de abuela confesó que su objetivo "no era hacer una buena película sino las mejores tomas de acción de la historia". Carradine, feliz por la resurrección cinematográfica, confesó que el genio de Tarantino casi le vuelve loco: "Reescribía todo el tiempo. Te tomabas una copa con él y seis días después leías la conversación en el guión; lo estudiabas y el día del rodaje había desaparecido. Así consiguió tener ese final tan fantástico".