Xavier Dolan tenía solo 19 años cuando estrenó su primera película, Yo maté a mi madre (2009), y fue saludado inmediatamente como un genio; las cuatro que hizo después dividieron claramente a la crítica entre los fans por un lado y los haters por el otro, pero con la siguiente logró el consenso: Solo el fin del mundo (2016), pensaron unos y otros, era un desastre. Pese a que le proporcionó el premio especial del jurado en Cannes, quien más quien menos dio por hecho que con ella el canadiense había tocado fondo. Ahora su nueva película, Matthias et Maxime demuestra qué equivocados estábamos.

De entrada, su premisa es tan absurda que resulta imposible tomarla con un mínimo de seriedad: dos amigos de infancia acceden a participar en un cortometraje en el que deben besarse, y ello provoca en ambos un terremoto sentimental aunque, conviene precisar, no son chavales de 15 años sino hombres hechos y derechos. Quizá consciente del infantilismo de ese punto de partida, eso sí, Dolan logra que todo lo que sucede alrededor de él esté en sintonía: todos los personajes de Matthias et Maxime se comportan como si estuvieran en la edad del pavo, dramatizando y sobreactuando y, en general, resultando absolutamente irritantes.

De modo similar, asimismo, pueden describirse los histéricos tics narrativos desplegados por Dolan desde detrás de la cámara, que esencialmente son los mismos que ha tratado de convertir en método autoral desde el principio de su carrera: por un lado, escenas de gritos y lloriqueos en primer plano aderezados de machacones violines; por otro, momentos de pretendido lirismo a cámara lenta ilustrados con las más chiclosas canciones pop. Y para enfrentarse a esta película sin acabar teniendo ganas de ejercer la violencia no basta con ser capaz de soportar toda esa afectación.

La otra aspirante a la Palma de Oro presentada hoy, Oh mercy!, es una película rara. Primero, porque es la primera incursión en el cine de género puro de Desplechin, destacado exponente de la intelectualidad cinematográfica gala: se trata de una intriga policíaca, centrada en una comisaría y en concreto en su capitán; segundo porque, si durante su primera mitad hace avanzar en paralelo tres hilos narrativos centrados respectivamente en una muerte, una violación y una desaparición, en la segunda abandona esa agilidad narrativa para prestar meticulosa atención a un doble interrogatorio; tercero, porque usa modos del realismo pero los adorna con estereotipos estilísticos del film noir clásico. En el proceso, en ningún momento llega a dejar claro cuál es el propósito de tanta mezcolanza, pero ofrece el entretenimiento suficiente como para que eso no tenga importancia.