El pasado 20 de diciembre se celebró el Día Internacional de la Solidaridad Humana. No es una fecha muy reconocida en nuestros calendarios solidarios ya que está algo eclipsada por el Día Internacional de los Derechos Humanos (10 de diciembre). De hecho, su celebración se instauró el 22 de diciembre del 2005.

El objetivo de este día es recordar que la solidaridad es el valor fundamental y universal en el que deben basarse las relaciones entre los pueblos en el siglo XXI. Así, es un día para sensibilizar sobre la solidaridad en su sentido más general, así como fomentar el debate sobre las maneras de promover la misma.

Para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Día Internacional de la Solidaridad Humana es: «Un día para celebrar nuestra unidad en la diversidad; un día para recordar a los gobiernos que deben respetar sus compromisos con los acuerdos internacionales; un día para sensibilizar al público sobre la importancia de la solidaridad; un día para fomentar el debate sobre las maneras de promover la solidaridad para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); y un día para actuar y buscar nuevas iniciativas para la erradicación de la pobreza».

Los ODS son un buen intento para transformar nuestro mundo, por ello en el 2015 la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, una oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de todos, sin dejar a nadie atrás, poniendo en el centro a las personas y al planeta.

Ternura transformadora

En el debate de promover nuevas formas de solidaridad, Carlos Aldana, escritor guatemalteco, lo explica muy bien en su obra La Revolución del sentir, donde introduce un concepto de solidaridad más amplio y transformador en el que la ternura -sí, el habla de la ternura- apela a lo más íntimo y personal de cada ser, para que la solidaridad humana se realice desde el acto cotidiano al acto ciudadano y el ser humano actúe desde esa ternura transformadora, porque no se puede dar aquello que no se tiene.

La solidaridad humana no solo debemos verla desde nuestro antropocentrismo, sino ampliando los horizontes humanos y extendiendo el cuidado a todos los habitantes de nuestra casa común, el planeta. Aunque, últimamente, andamos un poco escasos de noticias que inviten al optimismo en la salud de nuestra querida gaia.

La solidaridad humana es un «encuentro» con los demás, con la naturaleza, con otras culturas, en nuestra propia interioridad y espiritualidad, en el sentido pleno de «la experiencia de sentir que formas parte de un algo que conecta a todos con todo». Quizás hemos perdido ese contacto íntimo con la naturaleza y estamos «sin norte», lo cual puede ser fruto de un desencuentro del ser humano consigo mismo y con lo que le rodea, en el que ha perdido también el ritmo natural de la vida.

Para finalizar, y nuevamente desde el sur, Eduardo Galeano asevera que tenemos derecho a situarnos en la utopía, en la esperanza de que otro mundo es posible desde la solidaridad humana.