-La Cooperativa Manduvira, situada en el municipio paraguayo de Arroyos y Esteros, es líder en la producción y la exportación de azúcar de caña orgánico y de comercio justo. Si nos remontamos a los orígenes, todo comenzó con unas revueltas campesinas a mediados de los años 70...

-La cooperativa se fundó en 1975 con 30 asociados -la mayoría pequeños agricultores y docentes- como necesidad de acceder a créditos con intereses mínimos para mejorar la producción. En esa época ya teníamos la cultura de cultivar caña, pero los bancos no creían mucho en los campesinos. En 1990 cayó el precio de la miel y empezamos a entregar nuestra materia prima a un ingenio azucarero local.

-Fue cuando ese pequeño grupo de campesinos decidió unirse para defender mejores precios.

-Empezó nuestro tiro y afloja con el propietario de la azucarera porque nos pagaba un precio ínfimo al que realmente tendríamos que haber recibido. Vendía azúcar como azúcar con la etiqueta de comercio justo. No podíamos mantenernos con el precio que nos pagaba, tratamos de hablar con él y su única respuesta fue que el azúcar que producía «no era para pobres sino para ricos». O aceptábamos lo que nos pagaba o nos quedábamos sin comer, y en esa época nuestro mayor ingreso era la caña de azúcar. Mi papá era socio y nos dijo que íbamos a tener que privarnos de algunas cosas en casa. La cooperativa contaba entonces con unos 700 socios.

-La fábrica local tenía el monopolio de la producción de azúcar de caña. Esta situación generó muchas horas de trabajo, precios muy bajos a los productores y la situación se volvió insostenible.

-En el 2003 los socios dijeron «basta», porque ya no podían depender de un oligarca que además de llamarnos pobres nos insultaba. No podíamos vender nuestra materia prima como comercio justo y percibir un dinero que no llegaba para nuestra subsistencia y la de nuestras familias. Solo buscaba sus propios beneficios y no tenía ese compromiso social. La única opción fue manifestarnos y exigir un precio justo. Fue entonces cuando surgió el sueño de construir nuestra propia fábrica y crear nuestra marca y nuestro certificado de azúcar. Mientras eso llegaba, nos fuimos a otro ingenio, a 90 kilómetros de la ciudad. Nos alquiló su fábrica y empezamos a producir bajo la marca de Manduvira.

-¿Cómo consiguieron la financiación?

-Muchas puertas se nos cerraron pero también hubo otras organizaciones que nos abrieron las suyas y nos apoyaron financieramente. Teníamos que presentar una garantía y tuvimos que entregar nuestra tierra a cambio de créditos, a pesar de ser pequeños productores de dos a tres hectáreas. Tuvimos la confianza de algunos bancos y fundaciones y empezamos con la primera palada de la fábrica en el 2011 y la inauguramos en el 2014.

-Entonces se convirtieron no solo en productores sino también en dueños.

-Sí. Ningún productor era ingeniero industrial o civil sino simples campesinos. Como eran todos dueños quisieron darle la oportunidad de trabajo a sus hijos. Estamos 256 operarios, entre la fábrica y el sector administrativo, y la mayoría somos hijos de socios o socios que están trabajando. Esta situación generó un impacto económico muy importante en las familias y toda la comunidad se benefició directa o indirectamente. La calidad de vida de nuestras familias mejoró bastante.

-Vuestra cooperativa es un claro ejemplo de que la lucha campesina por la tierra y por una vida digna puede tener éxito y cambiar el futuro de un territorio.

-Totalmente. En aquella época rompimos ese paradigma de oligarquía económica porque nos enfrentamos a un propietario que además era presidente de la Unión Industrial Paraguaya y tenía bastantes contactos. Solo éramos pequeños agricultores y campesinos y nos llamaba ignorantes.

-¿Ser hija de una familia campesina supuso que fuera un proyecto más personal?

-Esa revolución que vivimos y el sueño de querer construir nuestra propia fábrica ofreciendo mano de obra a los jóvenes evitó que emigraran a la capital, a Argentina o a España buscando mejores horizontes. Para muchos de ellos era su primer trabajo. Se consiguió algo muy importante: evitar la separación y el desarraigo de los jóvenes con sus familias.

-¿Cuál fue el momento más difícil?

-Éramos campesinos y nunca conocimos lo que era la operatividad de una fábrica de trabajadores. Empezamos de cero, nos capacitaron y fue un proceso bastante diferente. También fue llegar a la calidad óptima del azúcar. La clave ha sido el compromiso y la colaboración de muchos clientes de Europa. Nuestro mayor reto ahora es seguir concienciando porque mucha gente no se da cuenta del cambio que supone estos productos en la vida de los países que están en desarrollo.

-¿Cómo es esa zona de producción?

-Arroyos y Esteros siempre ha sido una ciudad agrícola y no comercial. Tenemos una cultura de autoconsumo y producimos nuestra propia semilla, no solamente de caña sino también de yuca o maiz, que es nuestro mayor cereal de consumo, entre otros productos. Exportamos a 25 países y 30 de nuestros clientes están en Europa. Aún no llegamos a las 2.000 toneladas de azúcar al año debido a las limitaciones del terreno y los cambios climáticos.

-¿Por qué hay que consumir productos de comercio justo?

-Básicamente porque cambia vidas. Hay mucha gente que piensa que es un tópico y no sabe qué hay detrás de un saco de café o de azúcar, pero la realidad es que gracias al consumidor final él está aportando un granito de arena para que pueda cambiar la vida de las familias.

-Y al mismo tiempo ayuda a crear diversos servicios beneficiosos para esa zona.

-Si no fuera por el comercio justo mucha gente se habría ido. Ha permitido que el pequeño productor reciba un precio justo y tenga mejor calidad de vida en educación, sanidad, igualdad de género... La aportación del consumidor ayuda que se erradique la pobreza.

-¿Hay muchas desigualdades?

-Paraguay es uno de los países con mayor desigualdad de género y es más fácil caer en la pobreza si una es campesina o campesino. Hasta el 2015 no hubo una ley para respaldar a la mujer rural. Ahora tenemos ese respaldo legal del Estado pero desde el comercio justo ya se venía trabajando desde hace años.