Las cifras han llegado a carecer de significación. Sabemos que 95.768 personas han llegado a Europa por mar del 1 de enero hasta el 29 de junio de este año. El 85% de ellas entraron por Italia; el resto por Grecia, Chipre y España. Murieron 2.169. En el mismo periodo del 2016 llegaron 230.230 migrantes o refugiados; habían fallecido 2.946 (datos de la Organización Internacional de las Migraciones). La Unión Europea sigue paralizada, incapaz de cumplir los tratados internacionales como la Convención de Ginebra de 1951, el Protocolo de Nueva York de 1967, los Acuerdos de Dublín de 1990, el Tratado de Ámsterdam de 1997 y diversas Directivas (2003/86/CE, 2004/83/CE, 2005/85/CE...) o, en el caso español, nuestra propia Ley 12/2009 (última modificación del 2014).

Es la primera consideración a tener en cuenta: el asilo no es tanto una cuestión de solidaridad o humanitarismo, ni siquiera de Derechos Humanos en el sentido convencional del término, que no conlleva mayor obligatoriedad mientras no sean incorporados a leyes y procedimientos. Es un derecho internacional recogido en tratados suscritos por estados y, por tanto, de obligado cumplimiento para sus gobiernos. No se trata de ayuda al desarrollo, que cada país modula en función de sus prioridades políticas y estira o, más bien, encoge a voluntad, escudándose en una u otra razón: crisis, necesidades locales… El asilo no es graciable, es un derecho que podría ser recurrido, como lo son en nuestro país las pensiones, la ayuda a la dependencia o el Ingreso Aragonés de Inserción.

Frente a ello, los compromisos que la Unión Europea ha adquirido ante esta situación son absolutamente insuficientes frente a la dimensión del flujo de solicitudes. Es más, no tiene sentido hablar de cupos cuando se trata de un derecho reconocido. Y sobre eso hay que añadir el lamentable ritmo de ejecución de dichos acuerdos y las inhumanas condiciones en las que se hacinan quienes llegan a nuestras costas.

Mientras tanto, seguimos gastando varias veces más en seguridad de nuestras fronteras que en protección y salvamento de refugiados. Todo por no existir vías legales y seguras de acceso, lo que obliga a los desesperados a echarse en brazos de mafias impensables que les sangran para abandonarles a la deriva, provocando miles de muertos.

Y no hay que mirar solo a Grecia o Italia. El 86% de los refugiados están acogidos en países en desarrollo. África está llena de campos de refugiados. Y Ceuta y Melilla tienen fronteras clausuradas con cuchillas, algo absolutamente medieval.

Por último, tenemos que ser conscientes de que no hacemos nada acudiendo a mitigar los síntomas si no actuamos sobre las causas que los provocaron: las discriminaciones y persecuciones sociales o personales, la guerra, el hambre, la desigualdad. Nada cambiará mientras se mantengan las políticas económicas, financieras, comerciales, industriales, agrícolas, pesqueras o de patentes que ahogan a esos pueblos que constituyen la mayoría del planeta.

Hay que acoger a las personas solicitantes de asilo, igual que hay que aumentar los fondos de ayuda al desarrollo. Pero, sobre todo, hay que llevar adelante políticas coherentes que vayan reduciendo la brecha entre nuestras sociedades enriquecidas y la mayoría empobrecida de nuestro mundo.