Hace menos de un mes que la comunidad internacional alzó la voz de alarma por los incendios en la Amazonia. Días después, un mapa difundido por la NASA y que se viralizó en las redes sociales cambió el foco de la desesperanza sobre África. Un terrorífico mapa teñido de rojo que gritaba: el planeta se quema. La NASA, sin embargo, alertó de que esto no es nada nuevo, ya que los incendios no son inusales en los bósques en esta época del año. Pero, la diferencia, es que esta vez las autoridades han exhibido una peligrosa política de flexibilización ambiental que ha conducido a una devaluación de los controles vinculados a la deforestación.

Además, el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE) documentó una cifra récord de 72.843 incendios este año, un incremento de un 80% frente al año pasado. Más de 9.000 de esos incendios se han producido en la última semana. La causa la conocemos: la deforestación. En lugar de selva, el poderoso sector agropecuario brasileño, que tiene carta blanca con la llegada a la presidencia de Jair Bolsonaro, quiere grandes áreas de pastoreo o sembrado. La deforestación ha cobrado un fuerte impulso y se ha incrementado un 273%. Con Bolsonaro ha aumentado la ocupación ilegal de tierras de la selva, y la deforestación permite después que se pueda especular para venderlas.

Lo que es seguro es que los incendios descontrolados tendrán consecuencias mundiales. Ya sea en la misma cuenca del Amazonas o en Japón, afectarán a todo el planeta. Aunque es pronto para conocerlas, Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de bosques en Greenpeace España, advierte: «El mapa de la NASA muestra todos los puntos calientes sobre la Tierra. Hasta diciembre no se realizará un informe oficial y hasta entonces no podemos saber la dimensión real de selva quemada. Lo que sí conocemos son los incendios proporcionados por Banco de Datos de Queimadas: 83.329 en la Amazonia».

La selva amazónica alberga entre un 10 y un 15% de la biodiversidad terrestre registrada. Desde 1970, ha perdido un 17% de su superficie. La comunidad científica estima que si se pierde entre 20% y 40% de la selva original, se sobrepasaría un punto de inflexión irreversible, desatando una muerte masiva del bosque debido a sequías intensas. La protección del Amazonas se considera una de las formas más eficaces de mitigar el efecto del cambio climático. Si permitimos la destrucción de esta vasta región, gran sumidero de los gases de efecto invernadero que emitimos, será imposible alcanzar el objetivo del 1,5ºC y evitar un agravamiento catastrófico.

EL PULMÓN del planeta / A la selva amazónica se le conoce como el pulmón del planeta. Pero más allá de producir el 20% del oxígeno del mundo, es un sistema complejo que constituye un ecosistema único y fundamental para el continente tal y como lo conocemos. Sin ella, gran parte de América del Sur sería un desierto. La selva ayuda a que el agua que se evapora del mar llegue a la tierra proporcionando la humedad que necesita. Este proceso, a la escala de 600.000 millones de árboles, produce fuertes vientos de aire húmedos que generan las lluvias en el continente.

Para Soto, «estos incendios generan un círculo vicioso porque alimentan el cambio climático, que somete a los bosques del planeta a un mayor estrés y mayor riesgo de sufrir nuevos incendios. Los fuegos no cesan y lo vemos desde Siberia hasta la Amazonía, desde Canadá hasta la isla de Gran Canaria, o en extensas regiones de África e Indonesia, provocando que estos ecosistemas emitan grandes cantidades de gases de efecto invernadero, en lugar de actuar como sumideros».

Los 7,4 millones de kilómetros cuadrados por los que se extiende la selva ayudan a limpiar cada año millones de toneladas del dióxido de carbono presente en la atmósfera. Solo los árboles del Amazonas, junto con los sumideros de CO2 que alberga bajo tierra, le quitan al planeta un billón de dióxido de carbono. Además, la selva amazónica guarda bajo sus raíces grandes cantidades de agua, generando siete veces más vapor que el mar. Este vapor, a su vez, genera las nubes que reflectan la luz del sol y ayudan a mantener la temperatura del planeta.

Este ciclo se completa con la vida que alberga. Cada animal, planta, hongo e insecto cumple un papel importante en los procesos biológicos del planeta. Desde una perspectiva más amplia, la Tierra es un organismo que se regula a sí mismo en el que cada especie que la habita es una parte del engranaje.

EN OTROS CONTINENTES / En el continente africano, según imágenes de la NASA, desde el 21 de agosto se han documentado más de 6.902 incendios en Angola y 3.395 incendios en República Democrática del Congo, predominantemente en zonas de sabana. Al igual que la selva amazónica, la selva tropical de la cuenca del Congo corre el riesgo de ser golpeada nuevamente por incendios incontrolados. Aunque el uso del fuego forma parte del manejo de zonas ya deforestadas, agrícolas y ganaderas, estas quemas podrían afectar a la superficie forestal y al rico bosque tropical de la Cuenca del Congo, donde viven varias especies de primates, nuestros antepasados biológicos más próximos.

Otra región afectada por los incendios este verano ha sido el Ártico. En Alaska los incendios forestales han liberado más del doble de la cantidad de CO2 que el estado emite anualmente por la quema de combustibles fósiles, según datos del Servicio de Monitorización de la Atmósfera Copernucus (CAMPS). Los incendios forestales de julio en el Ártico se han convertido en los más longevos que se han registrado nunca, ya que emitieron 79 megatoneladas de CO2, lo que agravará el calentamiento global en las próximas décadas. Los incendios forestales han estado ardiendo durante once semanas y ya habían liberado 38 megatoneladas de dióxido de carbono en los primeros 18 días de agosto.

Aunque se puede reforestar el bosque, tardaría miles de años en recuperar sus funciones más esenciales.