El 28 de enero del año pasado, en Washington, Iñaki Urdangarin vio una cámara y se dio a la fuga. El esposo de la infanta Cristina ni siquiera saludó a la periodista; prefirió salir corriendo. Fue un comportamiento impropio de un miembro de la Casa del Rey, pero hacía tiempo que había sido expulsado de la institución. Ha sido repudiado: no hay una foto suya en la web de la Zarzuela.

Para entender el descenso de este exjugador profesional de balonmano, nacido en Zumárraga (Guipúzcoa) en 1968, hay que remontarse a un máster en Administración de Empresas en Esade. Allí conoció a Diego Torres, su profesor, con quien fundó el Instituto Nóos, una institución presuntamente sin ánimo de lucro que, entre el 2004 y el 2007, gracias a sus tratos de favor con los gobiernos de la Comunidad Valenciana y Baleares, ambos del PP, se llegó a embolsar nueve millones de euros. El gran salto de Urdangarin, que al principio fue retratado como el yerno modélico, ha acabado en una estrepitosa caída. La fiscalía puede acusarle de seis delitos penados con hasta 23 años de cárcel.