Estuvieron en el recinto ferial de Ifema prestando apoyo psicológico, atendiendo a las otras víctimas de la masacre del 11-M: los familiares de los fallecidos. Ahora, los miembros de las dos unidades de Cruz Roja en Aragón que se desplazaron a Madrid hacen balance de una experiencia bañada por el dolor. Empiezan a llorar por todo lo que han vivido, por aquellos cuyos rostros no olvidarán nunca.

En total, fueron una docena de personas las desplazadas desde Zaragoza y Huesca, ciudad esta última en la que se creó, a raíz de la catástrofe de Biescas, la primera de las ocho unidades de apoyo psicológico que existen en España. Trabajadores sociales, socorristas y psicólogos se volcaron con la atención a los familiares que llegaban al improvisado mortuorio en el que se había convertido el recinto ferial. Hoy, a pesar de sentirse "satisfechos" por haber podido ayudar a quienes tanto lo necesitaban, todos coinciden en definir su experiencia con una palabra: "dolor".

"Nunca se me olvidará el llanto de una madre llamando a su hijo, que al menos espera encontrar algo de su niño para poderlo enterrar", dice Marisa Nadal. Esta socorrista oscense, que es madre y que de hecho acudió con su hija Tatiana a colaborar con las víctimas del 11-M, lleva más de 25 años en Cruz Roja, pero nunca había visto algo así.

"Era dolor, dolor y más dolor, tanto que te hacía sentir impotente", relata. "Un recién casado que buscaba a su mujer y a su bebé de dos meses, una chica que tuvo que reconocer a su hermano, inmigrantes ilegales a cuyo llanto se sumaba el miedo... Todo era terrible".

En esos momentos, Marisa miraba a su hija y se sentía afortunada. Durante días, intentó aguantar su dolor. "Hubo un momento en el que perdí la noción del tiempo y del espacio y por fin, cuando regresé a Huesca y empecé a ver las noticias, pude echarme a llorar".

Ella, como sus compañeros, vivió la incertidumbre que los familiares sentían cada vez que los efectivos del Samur aparecían con un megáfono en la mano para comunicar el nombre de otra víctima identificada. Imagen que tampoco olvida la trabajadora social Cristina Laguarta. Estos días, ella también descarga su dolor y reconoce que hasta es "un alivio" hablar con los periodistas.

"Nuestra labor era de la estar ahí, por si nos necesitaban", explica. "Todos los casos eran muy dramáticos, pero los de los inmigrantes nos exigieron estar todavía más encima, porque la mayoría no tenía el apoyo de otros familiares". Con Gloria, una de las psicólogas, atendieron nada más llegar a Ifema al suegro y los cuñados de una embarazada en estado crítico que al final falleció. "Habíamos oído su caso y esperábamos que al menos esas dos vidas se salvaran, porque hubiera sido un bálsamo ante tanto horror".

Para la psicóloga Ana Ferrán, esta fue su primera intervención importante. Y "durísima". Todavía hoy le cuesta hablar de lo sucedido. "Los familiares llegaban con una cierta esperanza, pero en muchos casos la lógica te decía que aquellos a los que buscaban estarían muertos y, casi siempre, era así", explica. También la solidaridad de muchas personas le impactó. "Salían compañeros de todos los lados, haciendo frente a la tragedia con humanidad".