El Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) se ha confirmado como la nueva fuerza política británica con la que hay que contar. El UKIP fue el ganador de las elecciones europeas, sin que el lento recuento de votos, aún en marcha a las 11 de la noche, permitiera conocer el número de escaños que los eurofóbicos han obtenido.

Según las primeras estimaciones, los laboristas habían quedado en segunda posición y los conservadores en tercer lugar, mientras que los liberales rozaban la catástrofe y temían haber sido superados por los verdes. La participación fue del 36%, ligeramente superior a la del 2009. Nigel Farage, el líder del UKIP, ha descartado hasta ahora una coalición con el Frente Nacional de Marine Le Pen.

La victoria europea del UKIP vino a sumarse al masivo avance que ya obtuviera el jueves en las elecciones locales en Inglaterra, cuando colocó 161 nuevos concejales, arrebatando votos a todos los demás partidos. Conservadores y laboristas se equivocaron al no tomar suficientemente en serio una formación que han considerado durante años irrelevante y de simple protesta. Ahora cunde el desconcierto y no saben cómo frenar lo que puede convertirse en una sangría de votantes.

Las recriminaciones en todos los partidos comenzaron incluso antes de conocerse los resultados. El primer ministro, el conservador David Cameron, que anoche se comprometió a "luchar contra el fanatismo" en Europa, fue criticado por no "conectar" con sus simpatizantes tradicionales. Ahora se enfrenta a nuevas presiones internas para que adelante un año el referendo sobre la salida o la permanencia del Reino Unido en Europa, que ha prometido para el 2017. Uno de los cabecillas de los tories euroescépticos, David Davis, acusó a Cameron en el diario Sunday Times de mantener con respecto a la Unión Europea una posición que carece "tanto de claridad como de credibilidad".

El jefe de la oposición, el laborista Ed Miliband, tampoco escapa a los reproches en su partido, dividido en querellas internas como en los tiempos de Tony Blair y Gordon Brown. Figuras relevantes del laborismo le han criticado ferozmente en privado por no haber calibrado adecuadamente la amenaza que suponía el UKIP en zonas donde siempre han contado con la fidelidad de los votantes. En especial le echan en cara su silencio durante la campaña en un asunto crucial, la inmigración.

Entre los liberaldemócratas, la tercera fuerza política hasta ahora, se adivina la debacle. Más de 200 miembros han pedido la dimisión de su líder y viceprimer ministro en el Gobierno de coalición, Nick Clegg, tras los pésimos resultados electores del jueves, que se vieron acrecentados anoche . «Hay que tomar decisiones para salvar al partido y no a la persona», señaló la candidata Jackie Porter, una de las firmantes. Al paso que van, los liberales pueden acabar extinguiéndose, pero Clegg afirma que no dimitirá, confiando en que su relevo es imposible con los comicios generales a menos de 12 meses vista.

A partir de ahora el UKIP se prepara para una ambiciosa entrada en la política nacional. Farage y los suyos no cuentan con un solo escaño por el momento en el parlamento de Westminster, pero el objetivo es conseguir una veintena de diputados en las elecciones generales. La estrategia de los populistas será concentrar todos los esfuerzos en las circunscripciones marginales, donde ya están implantados sus concejales, que harán la labor de captación de electores sobre el terreno.