Gordon Gentle era un joven e inexperto escocés de 19 años. El pasado lunes por la mañana, una explosión en la ciudad iraquí de Basora le quitó la vida. Le quedaban dos semanas para regresar con un permiso a su ciudad, Glasgow, donde ahora sus familiares se preguntan qué diablos hace el Reino Unido metido en esta guerra. "Nunca debió haber estado allí. ¿Por qué Tony Blair y Geoff Hoon el ministro de Defensa británico no mandan a sus familias a Irak?", se queja la madre del soldado fallecido.

"Mi hijo era sólo un trozo de carne para ellos, un número --prosigue desconsolada--. Esta no es nuestra guerra. Mi hijo ha muerto en su guerra por el petróleo y ni siquiera se han tomado la molestia de telefonear y decir que sienten nuestra pérdida". El joven se había alistado en el Regimiento de Fusileros Reales de Highland hace tres meses y había recibido un curso de entrenamiento acelerado que los suyos consideran insuficiente.

Las denuncias

Las denuncias hechas públicas por los Gentle tienen el sabor de la rabia, la pena de lo que resulta irreparable. Más frías y sopesadas, pero no menos tajantes, resultan las críticas enviadas a Blair por la cúpula de la Iglesia de Inglaterra condenando el comportamiento que han mantenido las tropas de la coalición en Irak.

"Está claro que la aparente violación del derecho internacional en relación con el trato a los detenidos iraquís ha sido profundamente perjudicial", destaca el mensaje remitido al primer ministro por los arzobispos de Canterbury y de York en nombre de 114 obispos anglicanos, de la que ayer daba cuenta la prensa londinense. Los representantes eclesiásticos temen que la credibilidad de los gobiernos occidentales se haya visto dañada "entre la gente de Irak y en el mundo islámico en general".

El documento de los responsables religiosos, de una rara unanimidad, pone de manifiesto la preocupación del clero ante las tensiones crecientes en el Reino Unido entre las comunidades cristiana y musulmana. "Los arzobispos tienen todo el derecho a expresar sus puntos de vista al primer ministro, y responderemos a su debido tiempo", indicó un portavoz de Downing Street.

Anoche, a pocos metros de la residencia oficial de Blair, frente a las puertas del Parlamento de Westminster, un hombre que ha pagado muy caro los desmanes cometidos por soldados estadounidenses clamaba contra la invasión de Irak.

El americano Michael Berg supo el pasado 11 de mayo que su hijo Nick, un ingeniero de telecomunicaciones de 26 años, había sido decapitado como venganza por las torturas en la cárcel bagdadí de Abú Graib. El grupo relacionado con Al Qaeda que le tenía cautivo distribuyó ese mismo día un vídeo del asesinato. Berg fue ayer el invitado especial del acto de protesta organizado por la coalición Detener la guerra con el fin de denunciar la "farsa" del traspaso de poderes.

"La muerte de Nick fue horrible y pública --manifestó Berg--, pero finalmente mi dolor no es diferente del de otros padres, no importa si sus hijos eran soldados, civiles o iraquís inocentes".