Durante tres años, este investigador ha formado parte del proyecto Valovitis de recuperación de viñedos antiguos aragoneses, cuyas conclusiones se presentan el martes junto a más de 200 vinos elaborados a partir de estas variedades.

—¿Qué es el proyecto Valovitis?

—Es un proyecto transfronterizo de investigación para la recuperación de viñas antiguas de Aragón y el sur de Francia, pero también de demostración, porque el resultado es tan tangible como lo son los vinos que vamos a probar la semana que viene. Se trata de un trabajo conjunto de la Universidad de Zaragoza, el Gobierno de Aragón, el Centro de Transferencia Agroalimentaria (CITA) y el Instituto Francés de la Viña y el Vino. Y los más de 200 vinos que se presentarán están obtenidos a partir de esas variedades de uva que se encuentran en peligro de desaparición porque ya no se cultivan y que protege el conservatorio del Gobierno de Aragón.

—¿Qué características tienen estos vinos?

—La primera es que se han elaborado en muy pequeñas cantidades, porque de algunas variedades solo quedan una planta o dos, como mucho. En nuestro Laboratorio de Análisis del Aroma y Enología del Instituto Agroalimentario (IA2) de la Universidad de Zaragoza hemos analizado más de cien variedades que no se están usando comercialmente, tanto química como sensorialmente, para encontrar qué potencial tienen desde el punto de vista del aroma, del sabor o de la resistencia al cambio climático. Y algunas son muy interesantes.

—¿Por ejemplo?

—Desde el punto de vista del aroma, que es a lo que más me dedico, hemos detectado notas de fruta tropical muy intensas; de pera; pimienta negra; caramelo de nata, o clavo. Pero también hay variedades que tienen más acidez de lo que cabría esperar, y eso es muy interesante por que el problema de los vinos españoles con el cambio climático es que tienen poca acidez, cuando esta es necesaria para la conservación, para que los vinos sean más resistentes a la oxidación y a estropearse.

—¿Cuáles de esas variedades antiguas son comercializables hoy en día?

—Ya hay bodegas aragonesas interesadas en algunas para realizar plantaciones. Como la parrel y benedicto para tintos, y la albana y tortozón para blanco. Las cuatro son interesantes.

—También está el que esos caldos gusten al público.

—Sí, claro. Yo creo que, de momento, estarían destinados a los aficionados que les gusta probar cosas nuevas, matices nuevos. Que están aburridos de lo mismo. Estos nuevos vinos son fáciles de beber. Por ejemplo la albana es muy afrutado, tipo verdejo. Parrel también es fácil de beber con notas no solo de frutas, sino también de especias, en la gama del Sirah. Pero muy diferente a la garnacha. No obstante, todo esto es experimental. En el coloquio del martes transferiremos todos estos resultados a las empresas.

— ¿Cómo es el bebedor aragonés de vinos?

—En Aragón nos gustan mucho los vinos. Cuando se le concede una medalla a alguno de los de aquí, enseguida lo probamos y nos volvemos locos. Hemos aprendido a apreciar las variedades y matices, por eso creo que este proyecto puede tener mucho éxito.