Numerosos desconocidos arroparon a Braulio Bermúdez durante su despedida. Los niños del colegio, que al igual que el resto de la comitiva fúnebre nunca le habían visto, sujetaban una pancarta con la palabra "gracias". Aunque el final de su vida podría confundirse con el inicio de una novela de García Márquez, lo cierto es que su historia, al menos la parte que se conoce, tiene más visos de convertirse en un cuento de Navidad. Una circunstancia la diferencia, que es real.

Braulio ya no podrá recibir el reconocimiento de su pueblo, únicamente porque no quiso. Prefirió permanecer en el anonimato, no "levantar mucho ruido" como explica en una de sus últimas misivas al Ayuntamiento de Villalengua. Ana Isabel Villar, actual alcaldesa, asegura que recibía con "mucha ilusión" cada una de sus cartas. "Nunca comprendí como podía existir una persona tan generosa", confiesa.

Pero en realidad, Ana Isabel tampoco llegó a conocerle, ni siquiera habló con él por teléfono. La primera llamada que recibió la alcaldesa desde la residencia de Deusto --donde pasó sus últimos años--, la efectuó una asistenta para notificar su fallecimiento el pasado 8 de noviembre. Según su último deseo, Braulio regresó esa misma tarde a Villalengua, donde había nacido en 1911, pero de donde se había marchado hacía ya noventa años.

El mismo relataba recientemente en una carta que su padre emigró entonces a Vizcaya "a trabajar como obrero" tras varios años de pérdidas agrícolas por las inundaciones del río Manubles. Allí, después de mucho trabajo --como indica a continuación-- no le fueron "mal las cosas". Pero de aquel niño que se marchó con sólo tres años no se supo nada en el pueblo durante casi ochenta años, hasta que en 1989 se puso por primera vez en contacto con el Ayuntamiento de Villalengua para constituir la Fundación Braulio Bermúdez.

A pesar de que apenas había vivido en su pueblo natal, Braulio decidió donar 18 millones de pesetas para que los "niños pobres" del municipio pudieran cursar estudios superiores. El único requisito era que sus padres no contaran con medios económicos y que los niños aprobaran los cursos. Incluso, durante esos años, además de costearles los estudios, se carteaba con ellos, porque Braulio no quería ningún reconocimiento por su labor. De hecho la otra condición que era que todo se hiciera sin "levantar mucho ruido".

"La que más me sorprendió fue la primera que llegó a mis manos, sólo unos días después de acceder al consistorio. Había oído el rumor sobre la existencia de ese hombre, pero hasta que no lo comprobé por mi misma no terminé de creerlo", explicó Ana Isabel Villar. Su altruismo anónimo, más que responder al concepto de caridad, parece sacado de un cuento navideño. De hecho, Braulio no regresó a Villalengua hasta que estuvo seguro de que nadie podría agradecerle lo que había hecho. Sin embargo, el consistorio ya ha pensado poner su nombre al parque infantil.