«Ser informador, en Hungría, es lo mismo que decir asesino. Tiene unas connotaciones tremendamente negativas», asume el escritor y dramaturgo András Forgách (Budapest, 1952), cuya madre fue espía y colaboradora de los servicios secretos húngaros en la dictadura comunista de János Kádár, en los 70 y 80. Lo descubrió tres décadas después de la caída del régimen, una vez ella ya había muerto, y por una llamada de un conocido. «Creo que no me sorprendió. Ella era muy reservada y siempre nos decía: ‘Ojalá pudiera hablar. Ojalá pudiera explicároslo todo...’. Así que el shock, no fue tan shock», añade el autor, que ha narrado la historia en El expediente de mi madre (Anagrama).

Se centra más en su madre, Bruria, reclutada en 1975, pero que en realidad heredó el papel de informadora de su marido, Marcell, cuando este fue internado por problemas mentales. Sus nombres en clave: señor y señora Pápai. Ella pasó información sobre amigos y vecinos, pero también sobre su familia y sus propios hijos. Admite Forgách que cuando empezó a investigar «temía lo que podía encontrar». «Yo amaba a mi madre y ella a mí. Parte de mi familia no está de acuerdo con que haya escrito el libro. Creen que los trapos sucios deben quedarse en casa. Pero yo tenía la necesidad de hacerlo. He intentado contar qué significaba ser informador y por qué una persona renuncia a su vida privada por una idea superior del país», añade.

Lloró, se sincera, al leer en los archivos que su madre había hablado sobre él a un agente que le tanteó con el objetivo de reclutarle también. «Yo tenía que ir a Israel y un coronel me citó. Tocaba mi pasaporte como insinuando que si no le daba información no me lo devolvería. Tuve miedo pero no le dije ni sí, ni no. Ella le había dicho que yo era inteligente, que sabía idiomas y sabía guardar secretos. Pensé que me había entregado a los servicios secretos».

A muchos los torturaban y chantajeaban para que fueran informantes. No fue el caso de sus padres, que actuaban por convencimiento. «Era idealista, estaba entregada a la causa de la revolución mundial, quería cambiar el mundo. Tenía fe en el comunismo y era una gran patriota. Creo que el régimen se aprovechó de sus debilidades personales y emocionales», explica, pues era judía nacida en Palestina y antisionista, intentando justificar a una madre a la que quería y que le quería. Eso no le impidió, como cuenta el autor, dejar entrar en su piso a los servicios secretos. «Fue cuando vivía conmigo un amigo poeta y disidente. Querían pinchar mi teléfono pero le dijeron que era para hacer fotos del piso de enfrente. Ella tuvo que atar cabos».

El libro, publicado en 19 idiomas, se articula a través de cartas de la madre, poemas, su propia voz y la transcripción de expedientes que halló en los archivos del régimen una vez pudieron consultarse. «Pero el 90% del material está por descubrir porque las autoridades destruyeron muchos contenidos comprometedores». No descarta una reedición ampliada: «Desde que lo escribí no cesan de aparecer nuevos datos sobre mis padres».