La experiencia es universal. El chascarrillo, inevitable. "Nos espían". "Lo saben todo de nosotros". Una mezcla de filosófica resignación y de humorada después de que, a primera hora de la mañana, hayas consultado en Wikipedia en qué año se construyó el Arco del Triunfo y, a las 8:05, las cookies de tu ordenador, con admirable sentido de la oportunidad, te estén mostrando una escogida selección de vuelos baratos destino París. La lógica en que se basa resulta impecable. Si te interesa, lo compras. Y, siguiendo este principio mercantilista, se entra en una deriva por la que, si te interesa, lo votas.

Esta deducción es la que parece haber animado a incluir un artículo en la nueva Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales en virtud del cual los partidos pueden recopilar y utilizar nuestros datos personales relativos a opiniones políticas, obtenidos en páginas web, para la realización de sus actividades durante el periodo electoral. Así, a pelo, sin hacernos interpretar la pantomima de que otorguemos el consentimiento expreso. Sin que tan siquiera nos tranquilicen con esas cláusulas de seguridad que no leemos al abrirnos una cuenta en Facebook, pero que firmamos con el desembarazo que suscita lo gratis, y que luego las compañías de Silicon Valley se pasarán por ese mismo arco del triunfo que antes has buscado en Wikipedia.

Pues así, tan sin vaselina, nos lo han encajado, cuando la disposición presenta similitudes inquietantes con el escándalo de Cambridge Analytica. El único que ha hecho tambalearse mínimamente la presidencia de Trump. Que, de entre las innúmeras barbaridades que ha muñido, sólo ésta lo haya puesto en jaque, da una idea de cuán grave es. Y, sin embargo, en España la enmienda ha pasado sin mayor aspaviento su travesía por el Congreso y el Senado. Salvo excepciones contadas, en lo tocante a este asunto, los partidos, como por milagro, no se han enredado en trifulcas tabernarias. Sin hacerse ascos, han bebido todos del mismo vaso.

La Agencia de Protección de Datos ha salido al paso (cómo no, es su labor) de las críticas aparecidas en algunos medios. ¿Su mensaje? Grosso modo, que calma, que aquí no pasa nada, que no se aprovecharán de la libertad de expresión para sacar tajada. Que el escudriñar y apuntarse las opiniones políticas sólo se hace para "pulsar las inquietudes de los ciudadanos". Que hay garantías. Que con los datos no se elaborarán perfiles ideológicos. La mera formulación asusta, como también el hecho de que se abra la espita. Porque quien tiene la información tiene el poder. Desde el momento en que alguien la acopia, estás en sus manos, y si éstas son las equivocadas, la información mata. Ya no hará falta, como antaño, la rencilla vecinal, la envidia fraterna, la delación por interés. El que te clasifique para luego sentenciarte será un algoritmo.

¿Cómo no van a categorizarnos en un perfil, si éstos son la forma actual de concebir la identidad, nuestra respuesta ante aquel 'conócete a ti mismo' al que conminaba el templo de Delfos? El problema radica, claro, en que, de perfil, nunca obtendremos el retrato completo. Se nos escapa la información que contiene la cara oculta de la luna. Y es así como nos forjamos juicios sobre los demás tan falsos como algunos avatares de Tinder. Verdades a medias que, sin embargo, ostentan el poder de definirnos ante nuestros semejantes. Tal vez, por esa trocha venga la huida. Si no puedes vencerlos, engáñalos. Esparce piezas sueltas que no casen, un rastro de migas de pan que no se sienten juntas a la mesa. Y dejar dicho por allí y acullá que la izquierda y la derecha, todo perita en dulce, o igual de mal; que, para el caso, ambidiestros. Que el aborto está fatal, pero que mi cuerpo es mío y yo decido. Que a boicotear los desfiles peleteros, aunque qué bien se estaba ayer en el tendido. Que el nacionalismo se cura viajando; ahora, que como en casa, en ningún sitio. Y así hasta el infinito. Si tan a menudo tenemos que sufrir nuestras contradicciones, ahí se parta la crisma con ellas el algoritmo.

En cualquier caso, lo peor que podemos hacer es echarnos a un lado, abdicar del esfuerzo de cuestionarlo. Ponerse de perfil se llama. Y, si hay algo que los perfiles no resisten, es que los enfrentemos cara a cara.