“De hoy no pasa. Ese tirano se va a enterar. Ni jefe ni cuentos. Hoy le voy a cantar las cuarenta. Han sido demasiados años soportándolo”. Mortimer atravesó el umbral del edificio bancario.

-¡Buenos días a todos! -saludó.

Subió las escaleras liviano como una pluma. La puerta del despacho de su jefe estaba abierta. Entró como un poseso.

-Hola, Sr. Banks. ¡No, no! ¡Cállese! Esta vez sólo voy a hablar yo. Es usted un tipo ruin y miserable. Es usted una persona egoísta, retorcida y sin sentimientos. Un explotador que nos exige hasta la última gota de nuestro sudor a cambio de un sueldo irrisorio. Sí, sí, baje la cabeza. Es una actitud muy suya, sobre todo a la hora de pedirle un aumento de sueldo. Eso es lo que más me fastidia de usted; su desprecio hacia el trabajador, su indiferencia, su mirada perdida al escuchar nuestras demandas. Pero quiero que le quede a usted bien clara una cosa: ¡Le odiamos todos!, gerentes, cajeros, botones, secretarias, ¡todos! Nos da usted asco. No es más que un despreciable gordinflón que ha llenado su panza a costa nuestra. No nos gusta su cara sebosa y grasienta. Es usted un tipo patético y ridículo. Y desde luego, indigno de dar órdenes a nadie. ¿No se atreve a mirarme a los ojos, eh? Pues aún le voy a decir más, si no fuera por la posición que ocupa, no tenga la menor duda de que lo echaríamos escaleras abajo y lo expulsaríamos del edificio a patadas. ¡Adiós gordo usurero!

Henchido de satisfacción Mortimer bajó las escaleras como si estuviera flotando en una nube. No se lo podía creer. Al fin había sido capaz de enfrentarse a su jefe. A punto estaba de llegar a la puerta de la salida cuando se detuvo. Su mirada se posó en la guapa secretaria que trabajaba tras la ventanilla de información. Se acercó: "Srta. Linda, es usted una mujer preciosa. Disculpe que hasta hoy no me haya atrevido a decírselo. En un jardín sería usted la flor más hermosa. En un océano no habría sirena que le aventajara en gracia y soltura. En el más límpido cielo, hasta los propios ángeles quedarían prendados de su pureza y encanto. Srta. Linda la amo tanto que daría mi vida por usted, si es que a esta vida se le puede llamar vida. No sabe la lástima que me da verla marchitarse en este sórdido ambiente. De todas formas, sepa Srta. Linda, que la esperaré. Cuando decida dejar este mundo de explotación y mezquindad, yo la estaré esperando”. La Srta. Linda no dijo ni una sola palabra. Ni siquiera le miró.

Mortimer atravesó la pared del edificio y salió a la calle. Sonrió y pensó para sí mismo: “Para un hombre tan tímido como yo no está nada mal esto de ser un fantasma”.