En el Museo del Prado hay muchas miradas. Las asombradas y cautivas de los visitantes, algunos de los cuales sufren un stendhalazo de manual ante obras como Las Meninas o El jardín de las delicias, y las que lanzan los protagonistas de los cuadros, como el borracho de Velázquez, la maja de Goya o el caballero de El Greco, interpelando desde el pasado a los hombres y mujeres de este vertiginoso siglo XXI. Hay muchas miradas entre las que elegir, pero estos días conviene fijarse en la del general Torrijos, héroe liberal del siglo XIX.

Con motivo de su bicentenario, el Museo del Prado sitúa el foco sobre el Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, un cuadro especial por varios motivos. Es la única pintura de historia que se encargó por el Estado con destino al Prado. El gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta -probablemente, el nombre más molón que haya tenido nunca un presidente del Consejo de Ministros, más teniendo en cuenta que en realidad es nombre de mujer- encargó la obra en 1886 a Antonio Gisbert, pintor de prestigio y director de la pinacoteca entre 1868 y 1873.

Precisamente, coincidiendo con el nombramiento de Gisbert como responsable del Prado -consecuencia de la Revolución Gloriosa que mandó a Isabel II al exilio-, se llevó a cabo la nacionalización de las colecciones reales, esto es, muchas de las pinturas que hoy disfrutamos pasaron a ser patrimonio de todos los españoles. Otro hecho que el Prado quiere subrayar estos días, y que conviene tener presente.

El Fusilamiento de Torrijos es un cuadro sobrecogedor. El general y sus compañeros esperan con dignidad el momento de su ejecución sin juicio previo por orden de Fernando VII. Tras prestar heroico servicio a España durante la Guerra de la Independencia, las ideas liberales de Torrijos lo habían condenado al exilio en Inglaterra, del que regresó con el objetivo de iniciar una acción para derrocar al absolutismo. Traicionados por el gobernador Vicente González Moreno -que luego, se veía venir, apoyaría la causa carlista-, el general y sus compañeros fueron fusilados en 1831, convirtiéndose en símbolo de la lucha por las libertades. Un icono ideal para apuntalar el discurso político de Sagasta unas décadas después.

De entre todas las miradas del cuadro de Gisbert, sobresale, claro, la de su protagonista, de una serenidad cuasi mesiánica. Hace apenas unos días pude contemplarlo en compañía de mi madre, que disfrutó de su primera visita al Prado con un contagioso entusiasmo, propio de todas esas magníficas mujeres rurales que sostienen la cultura de los pueblos, respondiendo siempre a iniciativas como conciertos, charlas o exposiciones, cuando no son ellas mismas quienes las promueven.

Viñeta del cómic de Sento.

Pudimos contemplar la mirada de Torrijos gracias a otra mirada, la de un ilustre aragonés, Mariano de Cavia (1855-1920). A la vuelta de la capital disfruté de la lectura de Historietas del Museo del Prado, un cómic conmemorativo del bicentenario con la firma de Sento (autor de la muy recomendable trilogía Dr. Uriel). Allí se cuenta cómo el periodista desató el pánico cuando, el 26 de noviembre de 1891, publicó en El Liberal un artículo relatando con pelos y señales el trágico incendio había arrasado la madrugada anterior la pinacoteca, originado por la mala combustión de un brasero en los cuartos donde vivían los trabajadores del museo. Cavia jugó avant la lettre a lo que luego haría Orson Wells con La guerra de los mundos, si bien el carácter práctico del aragonés no le animaba al entretenimiento, sino a la lección. Con aquel escándalo quería llamar la atención sobre los múltiples peligros que acechaban a aquel inconmensurable patrimonio de todos, y lo cierto es que lo consiguió, porque en unos días el ministro del ramo se pasó por las dependencias del Prado y liquidó la presencia, hoy impensable, de estufas, cocinas y braseros.

Por suerte para todos, el Museo del Prado ha alcanzado su segundo centenario en perfecto estado de revista, ya no solo material, sino conceptual. Iniciativas como la muestra dedicada al Fusilamiento de Torrijos, o la edición del cómic de Sento, demuestran que la institución está atenta al pulso de la sociedad. Enhorabuena a todos.