De vez en cuando te encuentras con gratas sorpresas en las redes sociales. Una de ellas fue la reflexión de una joven española que se hizo viral en cuestión de horas. Eva Button (como se hacía llamar en Facebook) tuvo la insólita idea de pedir la factura tras recibir el alta en un hospital público, en el que fue atendida de un parto prematuro. «Al darme el alta solo he recibido un papel en el que se me explicaban las instrucciones que debo seguir para mi tratamiento, mi próxima cita...». Estuvo ingresada cinco días y el coste de su estancia en el centro hospitalario rondó los 1.000 euros por noche si se tienen en cuenta los salarios de ginecólogos, matronas, enfermeras, medicamentos, comida y ropa. Eso, por no hablar del gasto en material y otros costes adicionales. No los pagó, por supuesto, pero reparó en algo a lo que no solemos dar importancia.

Me viene a la cabeza esta historia después de que el pasado sábado, el líder del PP, Pablo Casado, vendiese en Zaragoza su receta económica para los próximos años: una reducción generalizada de los impuestos (principalmente el IRPF y Sociedades) y la eliminación de otros tributos como Sucesiones, Patrimonio, Donaciones y Actos Jurídicos Documentados. Una «revolución fiscal», la denominó el bueno de Casado. O lo que es lo mismo, música celestial para los millones de potenciales votantes que serán testigos en los próximos dos meses de un carrusel de promesas, en muchos casos, imposibles de cumplir.

¿Se han preguntado alguna vez cómo sería la vida sin impuestos? Sí, sin duda, son un dolor de cabeza para millones de contribuyentes que ven cómo la mitad de los ingresos de un año se esfuman para pagar tributos. Pero ¿alguien se imagina que a la salida de un hospital te pasen una factura de 5.000 euros por una semana de ingreso? ¿Algún ciudadano se imagina que al finalizar su vida laboral un jubilado tuviese que procurarse recursos ante la ausencia de una pensión? ¿Cuánto costaría a los padres escolarizar a los niños a un colegio? Porque, en definitiva, el actual Estado de Bienestar procura costear gastos que salen del bolsillo de todos y que se pagan bajo el prisma de la redistribución de la riqueza y la solidaridad. Pero esos términos parecen ya vetustos y anquilosados. Vamos, de otros tiempos. ¿Verdad señor Casado?

España y Aragón afrontan unas elecciones decisivas para el futuro. No solo está en juego el destino de Cataluña. Hay más cosas. Muchas más.

La falta de unos presupuestos ha amputado la capacidad de ingresar del Estado y eso se traducirá en un aumento del déficit público. El incremento del salario de los funcionarios, la subida del salario mínimo y de las pensiones no se han podido compensar con otros ingresos fiscales previstos en las cuentas públicas.

Los presupuestos contemplaban una subida del IRPF a las rentas más altas, una tasa a las transacciones financieras, un tipo mínimo del impuesto de sociedades y un aumento del 1% en el impuesto de Patrimonio, entre otras medidas. Las ciudadanos más adinerados, por tanto, pueden respirar más tranquilos. Y si Casado cumple con sus vaticinios, más todavía.

Desequilibrio social

Los datos de la Agencia Tributaria revelan que entre el 2013 y el 2016 los municipios y barrios de clases altas en España crecieron el doble que las zonas más pobres. Así, los distritos con rentas anuales de 50.000 euros repuntaron un 12,4% frente a las zonas con declaraciones de entre 20.000 y 30.000 euros que lo hicieron solo en un 3,9%. Y estas cifras deben invitar a la reflexión.

Los impuestos son necesarios. Eso sí, dentro de un orden. La presión fiscal debe ser proporcional y equilibrada para las empresas, que son las que generan empleo y realizan inversiones para seguir siendo competitivas, vender más y mejor y crecer. Pero también para los ciudadanos, que son quienes estimulan, a través del gasto, el consumo interno. Como dijo Aristóteles, en el término medio está la virtud. Pero en la frenética carrera electoral que acaba de comenzar hay poco tiempo para la reflexión y lo más fácil es regalar los oídos a unos ciudadanos que buscan desesperados entre la opción menos mala.