Doce de octubre, día de celebración de la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza, día de la Fiesta Nacional y de la Hispanidad; por tanto, del encuentro fraternal entre las naciones a las que España -desde que Colón abriera las puertas del Nuevo Mundo el histórico doce de octubre de 1492- impregnó de los valores cristianos que a su vez impulsaron la idea de Europa, avanzando por la senda de la democracia. Naciones de América, África y Asia, ahora unidas por el sólido pilar de un pasado, un idioma y una tan rica como diversa cultura en común.

De este modo, el hermoso y diariamente cambiante manto de la Virgen, da color y decora, desde la Basílica del Pilar, no solo la vida de zaragozanos y aragoneses, sino de las decenas de millones de personas que en todo el mundo conforman la gran familia de la Hispanidad: desde California a Santiago de Chile, y desde Malabo a Manila, cuyos mantones tan elegantemente lucen sobre sus hombros las mañas en días de fiesta, o mientras hacen sonar en sus manos las pulgarillas, cuando bailan la jota.

Día del desfile de las Fuerzas Armadas, manifestación del orgullo de pertenencia y símbolo de la indisoluble unión entre los ejércitos y la sociedad española, de la que emanan y a la que sirven, como garantes de su seguridad, defensa y bienestar. Por eso, es también la Virgen del Pilar la Patrona de la Guardia Civil, creada en 1844 “con el objeto de proteger a las personas y propiedades y atender a la vigilancia sobre los caminos y despoblados”, y que en este año celebra el 175 aniversario de su fundación.

Zaragoza es durante todo el año, pero muy especialmente durante las fiestas del Pilar, el epicentro del que brotan los lazos que articulan esta doble unión (nacional y universal) tan ejemplar como necesaria, también en otras regiones de planeta.

Fiestas del Pilar, las del gran encuentro de los aragoneses, gigantes en nobleza, cabezudos en tozudez y somardas en el humor, como aquel baturro que cuando un amigo, al despedirse, le dijo: -“Hala, tira, que lo pases bien”, él le respondió: -“Pues güeno maño, y a tú, que con salú te coja el tren”. Así somos las mañas y los maños, teñido el carácter de ironía, e independientes en la manera de ser -que hasta tenemos en la ciudad un paseo principal que de Independencia lleva su nombre- muy distintos de las naciones flemáticas, en donde la gente parece siempre ir bien asentadica, quietecica y en ringlera.

Zaragoza, la augusta, nada vieja y siempre moderna ciudad -adornada de su hermoso casco histórico, barnizado de vetusta y enjundiosa madurez- conserva todavía, muchas de sus centenarias y alambicadas calles, algunas de las cuales, debido a su angostura, han dado nombre al barrio de “El Tubo”, de fama universal como lugar de tapas, o para disfrutar del cabaré en “El Plata”. Y en cuanto a su gloriosa historia, tuvo Zaragoza las más tempranas imprentas que hubo en España, en las que se imprimieron algunos de los más hermosos libros de nuestro país, fruto del decantado humanismo que siempre ha caracterizado a la ciudad, desde la Caesaraugusta romana, pasando por la Saraquasta musulmana, hasta la multicultural Zaragoza de nuestros días que bulle de gente y alegría, cachirulos, ofrendas y flores, de jotas, peñas y charangas, de toros y vaquillas; todo en un gran y alegre rebullo, en las fiestas del Pilar.